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EL HÚSAR NEGRO

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La señora Jimena Blanco se ocupaba ahora de otros entretenimientos.<br />

Ante la contrariedad remilgosa de Diego<br />

adquirió tres gallos, dos machos cabríos, a los cuales dedicaba<br />

la atención que en el pasado le demandara encontrar<br />

en las figuras, nubosas los signos de su existencia<br />

perdida para el mimdo y, quizá para sí misma. Argumentó<br />

que los gallos le servirían para hacer el tradicional<br />

tesmole con flor de hizote y clanepa-quelite. Diego, no<br />

muy versado en conocimientos culinarios, sospechó algo<br />

extraño, ya que en lugar de prepararlo con espinazo<br />

de puerco se empeñó en hacerlo con carne de gallo, a la<br />

que se ime la discordia. Mas se afanó en hallar pasaje en<br />

el anacrónico velero fudith de 50 toneladas, preparó su<br />

viaje a Pitiguao, como lo hicieran en otro tiempo los<br />

freeboter, los pechelingues deFlesinga, los sea dogs, soslayando<br />

las excentricidades de doña Jimena, con sus ojos<br />

moros tan distintos a los suyos alargados, como entrecerrados,<br />

en una línea sinuosa sobre el rostro sin carácter.<br />

No logró olvidar que en El Borrego, el afeminado gallego,<br />

quien tocando las pimtas de sus bigotes como alas de<br />

cuervo, le hiciera ima vaga alusión a los nuevos huéspedes<br />

de su casa, preguntando con fingida ingenuidad<br />

si los gallos formaban también parte de la herencia que su<br />

madre encontrara en el ático por mandato inescrutable<br />

del perfil vaporoso de las nubes.<br />

En los días previos a su traslado al Hotel Colonial en<br />

Veracruz, Diego Blanco, se surtió de nuevas guayaberas<br />

de lino hechas a la medida y de un impecable sombrero<br />

Panamá, daba vueltas por el centro de Córdoba como<br />

afirmando de una vez su recién recobrada preeminencia.<br />

La misma joroba lo ha ayudado en este cometido,<br />

pues asustadiza de la condición de su amo, parece no<br />

querer exponerse a los corrillos de los verbosos lugareños.<br />

Durante una tarde, en que observó a su madre, con las<br />

manos llenas de sangre, sacrificar a un gallo, dejándolo<br />

desangrarse sobre el fregadero, trató de exorcizar esa visión<br />

paseando alrededor del kiosco, luego de haber tomado<br />

ya no tres, sino cinco menjules en El Borrego. Ante el<br />

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