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EL HÚSAR NEGRO

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que más degradada, albarazada, con los bigotes tupidos<br />

caídos sobre los labios gruesos, que le recordaron vagamente<br />

el carmín de las putas del carnaval de Veracruz;<br />

el mulato "pata de palo" igualmente se encontraba ahí,<br />

mas confundido con la mayoría de los parroquianos, tan<br />

sólo por la mirada furtiva y algo verdosa, y el gesto torvo,<br />

lo pudo identificar con los involimtarios testigos de<br />

sus tardes de desesperanza en El Borrego.<br />

Sintió que la emoción de su llegada, el vaivén náutico<br />

de la travesía, la visión sensual de las negras con sus<br />

besuguillos de oro, el sonido febril del creóle, las noches<br />

de pesadilla sufridas, asaltado por remembranzas domésticas<br />

en su camarote del fudith, el efecto embriagador<br />

del ron, se habían conjuntado para alucinarlo, -como si<br />

no se hubiera marchado nimca de Córdoba- ni su madre<br />

descubriese las escrituras antillanas ni su gibosidad hubiera<br />

desaparecido, saltando de su guayabera rabona<br />

para ocultarse de las miradas indiscretas. Supuso que su<br />

devoción por el pirata flamenco convocó la venganza del<br />

virrey, don Martín Enríquez de Almanza, quien en 1568,<br />

-más de un siglo atrás del triunfal asalto pirático a,<br />

Veracruz-, había, humillado a la armada inglesa, haciendo<br />

fracasar la ambición de John Hawkins, hundiendo<br />

gran parte de la flota enemiga. Mas esa especulación, se<br />

dijo, no podría ser sino otro de los síntomas de que era<br />

imprescindible el que llegara a sus nuevas posesiones para<br />

tranquilizar sus sentidos, ordenar sus ideas, darse un<br />

baño en la tina de mármol de la pieza principal y revisar<br />

sus amplias estancias, sus caballos de pura sangre, sus<br />

esclavos y en general sus nuevas riquezas. Terminó el ron<br />

y se puso a ascender la cuesta, percibiendo un aire de<br />

soma en la taberna.<br />

Luego de un penoso andar, llegó finalmente a la anhelada<br />

finca antillana. Mas quién lo podía esperar, su mansión<br />

se parecía más a una vieja vecindad de la Colonia<br />

Roma, o a una de las casas solariegas sometidas a la incuria<br />

en Córdoba, que a los sueños que albergó. Desilusionado,<br />

sudoroso, un tanto enloquecido, tocó la aldaba,<br />

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