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LA PALABRA D<strong>EL</strong> IMPERIO<br />
"Tanto he padecido, que puedo llamarme mártir"<br />
Ciudad del Rey Don Felipe<br />
Apartado de la plática de los marineros, ensimismado<br />
en los turbadores descubrimientos que hiciera en Sevilla<br />
al practicar el rito mágico de Claviculae, Pedro<br />
Sarmiento de Gamboa rehizo dentro de su corazón acongojado<br />
las fraguas del Imperio, para forjar el signo que<br />
permitiera a España detener su ruina, fortificar el Estrecho<br />
de la Madre de Dios, antes llamado de Magallanes,<br />
afirmando su preponderancia en Europa y sobre todo<br />
cumplir las órdenes del Rey Felipe II.<br />
Escuchaba en silencio las letras sutiles, en que se guarda<br />
el orden del cosmos y los frágiles reinos de la tierra. De<br />
apostura marinera, con el rostro encendido por sus visiones,<br />
magro pero con nervadura, el cosmógrafo y ocultista<br />
repasó las declinaciones del latín, buscando en ellas las<br />
cincuenta letras que se le han revelado como el alfabeto<br />
primigenio; aquél poder oculto, no audible, envuelto en<br />
el fragor de la mar pesada; perdido, quizá, entre las abras<br />
y caletas de su viaje por los extremos de la tierra, para ver<br />
surgir entre los islotes y los peñascos, los relámpagos que<br />
anuncien el hallazgo que permita al Imperio mantenerse<br />
como el poder indeclinable del espíritu, la fortaleza del<br />
Dios católico, la ciudadela inexpugnable que abata las<br />
correrías piráticas y las aún más dañinas herejías.<br />
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