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migo, no puedo hacer nada si no es continuar mis actos<br />
de devoción sin preocuparme de la mancha. Incluso, aunque<br />
los Dioses no aman las manchas de sangre, yo tengo<br />
mi propia manera de ver las cosas. No me olvido jamás<br />
de mi hora cotidiana de oración".<br />
Vivero leyó en esos fragmentos la confirmación de su<br />
desgracia, el estigma imborrable de su tragedia, el aniquilamiento<br />
de toda esperarvza. Quizá lo mejor sería entregarse<br />
a los poderes nefastos que lo tentaban, abandonarse<br />
a la "hierba de cobardía" que crece en el abdomen, resignándose<br />
a ser un sicario de oscuros designios. Sintió que<br />
su fe se podía perder como había ocurrido con su sangre<br />
(si es que no existía más su linaje en la Nueva España).<br />
Cuando todo parecía hundirse el monje Keüio, qviien era<br />
muy apreciado por el shogún y al que el inglés temía<br />
sin saber explicarlo, lo visitó en la galera y le dio a leer sus<br />
Reflexiones demenciales, que había escrito para su yerno<br />
Gonojo (traducidas al español por un franciscano); en<br />
ellas encontró el brillo del ideograma que se había reflejado<br />
en la katana, al principio de su cautiverio: "Cuando<br />
el sable está roto, hay que atacar con las manos. Cuando<br />
las manos están amputadas, hay que servirse de los<br />
hombros. Cuando los hombros están cortados, hay que<br />
morder el cuello de diez o hasta de quince enemigos. Esto<br />
es realmente valentía".<br />
El capitán reencontró la calma perdida. Recordó sus<br />
oraciones y pensó que en lo efímero del mundo nada<br />
podía subsistir, ni la roca en que se asientan los castillos,<br />
ni la gema en que se fundan los reinos, ni la flor del cerezo<br />
de las pasiones, ni el propio linaje que surge de la carne.<br />
Puesto de hinojos, en dirección al Sol, cuando el fulgor<br />
de las armaduras iluminaron brevemente su cuarto, repitió<br />
con unción: "Señor mío Jesucristo, pues nos redimiste<br />
con tu sangre preciosa, escribe en el alma de este tu<br />
siervo, tus sacratísimas llagas con tu sangre para que<br />
aprenda a leer en ellas tu dolor contra todos los dolores".<br />
El monje Keiho lo visitó muy de mañana, precisamente<br />
cuando ima paloma se posó en los barrotes de su cuar-<br />
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