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a toda costa pretendió estorbar la "expedición para poblar<br />
y fortificar el estrecho", corrompiendo a los marineros,<br />
propiciando el que estos vendieran en el puerto bastimentos,<br />
mimiciones, pertrechos, pipas de vino y ropa,<br />
para obstruir la orden del Rey. Lo cierto es que el dubitativo<br />
Diego Flores, luego de haber impulsado la ruindad<br />
de la soldadesca, "quedó tan atronado y turbado que no<br />
pudo dar mano ni orden en cosa del mundo, ni poner<br />
remedio en nada", al punto que su miedo era tal que "no<br />
se hartaba de santiguarse, no teniendo coraje para mirar<br />
a la mar, porque en habiendo tormenta, luego se metía<br />
debajo de cubierta". Así, permaneció en el misterio la información<br />
confidencial que dio Pedro Sarmiento a Felipe<br />
II de este general tuerto, cuya boca despedía un olor nauseabundo,<br />
(del que se murmuró que arrojaba sanguijuelas<br />
y bichos que eran expulsados por entre las filas<br />
careadas de los dientes), portador de talismanes negros,<br />
atribulado por las sombras de los navegantes a los que<br />
abandonó a su suerte, pasando de largo con la nave<br />
capitana (como acostumbraban hacerlo los piratas ingleses).<br />
Pese a las intrigas que se ensañarían contra Sarmiento<br />
de Gamboa por su lealtad al Trono y al Altar, el Rey<br />
ordenó a la Inquisición que fuera sobreseída la causa contra<br />
el capitán y que en El Escorial -en un acto de fe muy<br />
restringido-, la figura de Diego Flores se quemase en<br />
ausencia ante un grupo reducido de cristianos viejos.<br />
El soldado del Imperio tendría que enfrentar nuevos desafíos,<br />
mucho más arteros que la inútil persecución<br />
inquisitorial, a los que iba inexorablemente imida la suerte<br />
del reino.<br />
Estando en un retiro, en las proximidades de Lima,<br />
cuando en sus ojos negros refulgía el dolor impuesto por<br />
la penitencia, en rigores sólo soportables por la Caballé<br />
ría celestial, el capitán despertó en la celda que dejara para<br />
él un monje teattno, (quien conoció los pesares que lo<br />
acosarían y de los que había sido advertido) con una inquietud<br />
que abatía su dominio en ciertas prácticas como<br />
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