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migos de la Iglesia de Dios y de Vuestra Majestad se re<br />
gocijarían de nuestra flaqueza y perdición, viendo que<br />
de ella esperaban su maldito acrecentamiento y de nues<br />
tra perseverancia y determinación su perdición".<br />
Sarmiento de Gamboa con la autorización real embar<br />
có con veintitrés naves. Mas las conspiraciones del gene<br />
ral Diego Flores (aquél de aliento pestífero y cobardía<br />
manifiesta que extrañamente, -misterios de la iniqui<br />
dad-, no fuera removido de su cargo) estorbarían la<br />
empresa, así como los gusanos y el sol que las irían pu<br />
driendo en Río de Janeiro, las tropelías de la soldadesca,<br />
la falta de pericia marinera, y la deserción del deber im<br />
perial, (que luego se convirtió en el mérito de los caudi<br />
llos de la "independencia"), las redujo tan sólo a tres con<br />
un destacamento muy pequeño para emprender las ta<br />
reas de fortificación. El capitán no se arredró por nada,<br />
como si en él habitara la simiente de la palabra viva. En<br />
busca de las sílabas-semillas, fimdó las ciudades de Nom<br />
bre de Jesús y del Rey Don Felipe. Si bien su propósito era<br />
explícitamente fortificar un paso estratégico, en realidad,<br />
pretendía activar con su fuego la palabra dormida, hasta<br />
que viese cruzar el trazo rúnico del rayo en lá oscuridad<br />
de la noche náutica. Mas el Diablo y sus siervos escarmen<br />
tarían este apego ejemplar a la Caballería. Como de nada<br />
sirvió quemar en imagen, en un acto de fe en El Escorial,<br />
a Diego Flores, cuando éste ya había causado grandes<br />
estropicios, tampoco condujo al hallazgo anhelado su<br />
muy accidentado retomo a España, en donde los apuntes<br />
contenidos en el sobre marcado con su anillo excitarían<br />
la curiosidad de sus enemigos. Mas como el mal no tiene<br />
contención cuando se extiende, sus propias ciudades, en<br />
que plantó la semilla del verbo del poder, correrían el<br />
destino del abandono y la miseria, de forma semejante a<br />
la raza a la que inútilmente tratara de salvar de la mindad,<br />
a la que ésta se acostumbraría con la vehemencia malsa<br />
na de quien ha renegado de sus propias raíces.<br />
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