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había visto obligado a tomar, cada noche, evitando así<br />
que lo decapitaran para probar el filo de la espada y el<br />
temple del pulso como lo acostumbró la antigua nobleza.<br />
El naufragio que había columbrado, volvió a acosarlo,<br />
logró distinguir el rostro de sus mujeres que pasaban<br />
de la pureza de la virgen de su pueblo de Fontiveros, al<br />
crispado terror que caracteriza a los desesperados; observó<br />
en ellas la devoción salvífíca, la pasión por la muerte<br />
inevitable, hasta creyó escuchar las órdenes desahuciadas<br />
del capitán: el "arriase los masteleros de juanete" y "tírese<br />
las rastras dentro" para hacer más ligera la nao (al<br />
tiempo que oyó la oración de La Magnífica para bien<br />
morir), pero el ideograma no estaba completo; surgió<br />
un castillo con el techo todo de oro cuyos destellos se<br />
elevaban como la flecha disparada en una oración al silencio<br />
del cielo. Un castillo de pureza perfecta, que representaba<br />
el dolor concentrado de la muerte de su linaje. La<br />
nave se iba a pique y con ella una parte fimdamental de<br />
su existencia. Rodrigo de Vivero se sintió, más que nimca,<br />
desamparado, solo para siempre, drogado por imhe<br />
reje para conducirlo a la apostasía.<br />
En Nueva España, la tarde se achicó en las calles empedradas<br />
de San Ángel, detrás del bajel que se quebraba<br />
como tm hueso viejo, las ruinas se enseñoreaban de su<br />
vida, a tal punto que miró desplomarse la espadaña de la<br />
iglesia en el barrio de Tlacopac, donde habitaba, como si<br />
el rayo tocara su destino para consumirlo en la ceniza,<br />
Con un gran esfuerzo, tambaleándose, se incorporó del<br />
lecho. Sin embargo, no pudo impedir rememorar en la<br />
tarde naranja que hacía brillar más las armaduras<br />
samurais, el símbolo sangrante de la cruz, pues consiguió<br />
guardar una pequeña medalla, apareciendo en sú confuso<br />
entendimiento el martirio de San Felipe de Jesiis, (a su<br />
visión de la crucifixión del mártir se mezclaba el rostro<br />
andaluz de su hija mayor, arrastrada por el oleaje en el<br />
mar infinito). Recordó el suplicio del santo para inspirarse<br />
con una resolución inquebrantable que pudiera sostenerlo<br />
en su desmoronamiento. Se dijo que en el libro oculto<br />
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