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El joven médico comprendió perfectamente, sonriendo<br />
con complicidad. Tomó sin parpadear el legajo y lo<br />
agradeció con im acento en donde apenas se adivinaban<br />
matices del español. Luego, cerró el maletín y agitó sobre<br />
el yaciente escalpelo, abandonado en el escritorio, el fuego<br />
del paliacate al tiempo que susurraba hasta volver<br />
inaudible la palabra: "Titakhara", "titakhara", "titakhara",<br />
cuya cabal comprensión el doctor Destouches procuró<br />
no dilucidar, para creer en su sorúdo incomprensible<br />
como lo había hecho, alguna vez con el latín de los sacerdotes<br />
y el griego de los maestros. Agradeció su visita y,<br />
cuando éste levantaba su frágil silueta devorada por las<br />
sombras, una fuerte lluvia comenzó a caer sobre la<br />
agónica luz de París. Antes de que cerrara la verja del jardín,<br />
al atravesar con paso vacilante el terreno fangoso,<br />
el doctor Destouches detuvo al visitante: tomó ima gruesa<br />
pluma fuente del escritorio, al lado del bisturí ya cubierto<br />
por el negro plomizo del cielo denso. Sin decirle una palabra,<br />
le entregó como contraseña la pluma que había<br />
permanecido con él en sus más descabelladas andanzas:<br />
con ella vio arder el Walhalla de los dioses y amorfinó los<br />
dolores de la república de Vichy de un castillo a otro.<br />
Las campesinas, de muslos blanquísimos, se agitaban<br />
en los jergones mezclando el ajo de sus hombres a su piel<br />
de cebolla; la fornicación en la suciedad las confortaba;<br />
alguna se limpió el sexo con un trapo de cocina sin poder<br />
olvidar la quebradiza figura, el maletín que llevara a rastras<br />
junto al verde del Sena, su sonrisa insinuante, lo que<br />
hizo que se tocara el pubis poblado por vellos rubios. En<br />
un café lejano a Meudon, las hojas de los árboles añosos<br />
se escuchaban silbantes como los papelotes colgados con<br />
ganchos sobre la cabeza del doctor Destouches. Un hombre<br />
delgado, de manos finas y morenas, escribía una breve<br />
reflexión sobre La dermatitis y sus derivaciones<br />
caribeñas (opúsculo aun inédito). De pronto, abrió su maletín<br />
y al observar la luz dorada del ojo de tigre con el fondo<br />
rojo del paliacate, los signos que avanzaban sobre él<br />
como el viento que enarbola el destino, se tomaron hui-<br />
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