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Creyó oír el canto de agonía de un gallo. Supo que nvinca<br />
más podría salir de su nueva prisión y, resignado, llamó<br />
al negro pero i\adie le respondió. Pasaron las horas.<br />
Al despertarse comprendió que era el amanecer porque<br />
los rayos del Sol bañaban su cuerpo maltrecho, lo dominó<br />
una densa oscuridad, imaginó el rosado púrpura del<br />
día, queriendo ponerse de pie frente a im espejo, tocó los<br />
pocos muebles para guiarse. Sintió que la resaca del ron<br />
-que había tomado- lo confundía, provocándole una pérdida<br />
de su noción sobre la realidad, pretendió, así, observar<br />
su estado deplorable: la barba crecida, el Panamá<br />
estropeado, la guayabera sucia. El reflejo metálico se concentró<br />
en las sombras, no podía ver, sus ojos estaban<br />
muertos. Pensó en el blanco brillante de los ojos ciegos<br />
del mendigo de Córdoba, mientras que a lo lejos escuchó<br />
una risa vieja y cascada.<br />
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