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gor de ópalo" de las etéreas linternas de papel-, con<br />
las pocas fuerzas que le quedaban, se centró en im pensamiento,<br />
que repitió en su celda: "Para actuar correctamente,<br />
en una sola palabra: es necesario soportar el<br />
sufrimiento".<br />
Por su parte, William Adams resultaba ima necesidad<br />
corrupta para el shogún, lo que no dejaba de molestar su<br />
dignidad, leyasu era astuto pero detestaba la traición. El<br />
agente de alta erboladura, como mástil de un paquebote,<br />
se elevaba sobre sus largas piernas. El rostro lo escondía<br />
entre una amplia gorgnera para ocultar el principio de<br />
su putrefacción -las llagas que provocaron que las oiráus<br />
temieran su contacto-. En su juventud había sido un pirata<br />
cobarde, incapaz siempre de forjarse un botín si era<br />
necesario luchar por él. Ave de rapiña, había nacido en<br />
las callejuelas del sucio Londres viviendo de despojos,<br />
entre las casuchas grises de los labriegos, de los siervos y<br />
de los hombres sin ley, (a estos últimos él sabía que cualquiera<br />
podía matarlos o arrancarles las orejas para cobrar<br />
la recompensa). Hábil en la preparación de drogas,<br />
discípulo adelantado de un desdentado chino de familia<br />
de mandarines, que traficaba opio y otras drogas con la<br />
nobleza, se había establecido en Luzón, poniéndose en<br />
contacto con los proveedores chinos de Formosa, que<br />
llegaban cada tercera luna con su cargamento alucinógeno<br />
(en donde conoció las formas sutiles del envenenamiento<br />
que aplicó a Rodrigo Vivero).<br />
Posteriormente visitó Japón, y con sus artes y dominio<br />
de las lenguas, -que los españoles identificaron como<br />
un don diabólico para confundir mejor a las almas-, se<br />
instaló como consejero áulico y médico de confianza del<br />
shogún leyazu. La nobleza de Rodrigo de Vivero había<br />
sido plenamente derrotada por el fiUbusterismo del agente<br />
inglés. William Adams, como era de esperarse. El intrigante,<br />
de un rubio destefiido, era un mal menor para los<br />
japoneses puesto que, en ocasiones, hedía por lo avanzado<br />
de su sífilis, causando la repulsión de la corte que confirmaba<br />
la degeneración de los "bárbaros", así como la<br />
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