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Experto en lenguas clásicas, alquimista, viajero incansable,<br />
Pedro Sarmiento de Gamboa sabía que sus empresas<br />
estarían condenadas a la incomprensión, que su fidelidad<br />
al Rey le atraería la inquina de los capitanes, ya<br />
inoculados por el veneno de la usura, que sus estudios y<br />
desvelos le valdrían la persecución de la Inquisición, que<br />
su obra toda tendería a ser cubierta por la oscuridad,<br />
que se extendería como el manto negro con el que se<br />
amortajaría el vasto cuerpo del reino, cuando las palabras<br />
de vida se secasen, si él no lograba escuchar el sonido que<br />
pudiera acallar las voces blasfemas de la historia, formadas<br />
con la audacia de los mercaderes, quienes ya habían<br />
profanado los dominios de su Majestad, recorriendo rutas<br />
descubiertas por España como lo había hecho Francis<br />
Drake, en grave detrimento de su hegemonía en los mares<br />
y en abierto desafío al poder de su armada, pese a que<br />
la empresa del bucanero inglés fuera más producto del<br />
miedo de enfrentar los galeones de Castilla que por prurito<br />
de geógrafo.<br />
Recordó, mientras sus marineros se encomendaban a<br />
la Santísima Trinidad dado el estruendo del mar embravecido,<br />
los distintos centros del cuerpo que establece el<br />
Claviculae, en donde se concentra el poder de las sílabas<br />
raíces, pasando desde la corriente del aliento al plexo<br />
solar y al corazón. Entonces alzó la voz pero los navegantes,<br />
aturdidos, sólo vieron a su gobernador lanzando<br />
gritos al mar, como si el "mal del seso", que atacó a varíos<br />
en el puerto de Río de Janeiro, bajo la potestad del Rey<br />
español, lo hubiera contagiado como la peste de aquellas<br />
tierras, donde los gusanos destruían los navios, unido al<br />
gran calor, la lama y los manglares, cociendo la madera,<br />
jarcias y claves, destruyendo hasta el hierro, de tal modo<br />
corroído que con las manos se podía moler.<br />
Los marineros, aterrados por la mar gruesa y su restallar<br />
atronador contra el casco, no sabían si sofrenar, con<br />
la cura del sangrado la locura de Pedro Sarmiento o aplicarse<br />
a reparar la aleta de la popa de la galeaza en la que<br />
penetraba el agua, de forma semejante al agua turbia<br />
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