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EL HÚSAR NEGRO

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cabo del tiempo con los que tomarían los generales Taylor<br />

y Scott en su penetración por la frontera y por el Golfo en<br />

la desdichada guerra de 1847 contra Estados Unidos. El<br />

monárqmco Paéz desconocía que entre las mayores tribulaciones<br />

de su existencia le tocaría vivir el momento maldito<br />

en que se alzó sobre el palacio virreinal las barras y<br />

las estrellas.<br />

En el Santo Oficio se hacían ya tomar las medidas<br />

pertinentes. Se reforzaba la guardia palatina para amedrentar<br />

a la inmensa leperada. Se expedía una ordenanza<br />

para tomar preso al agente Felipe León, de quien se<br />

había descubierto que era un recién convertido de mala<br />

sangre, que estuvo a punto de ser penitenciado por<br />

el Santo Oficio en Málaga. El sacerdote Fernando de<br />

Mendoza se azotaba en su celda, reconfortado frente al<br />

Cristo sangrante por haberlo salvado de los abismos que<br />

ofrecían los labios carnosos, las nalgas abultadas, las pestañas<br />

espesas. En el norte las guarniciones de san Francisco<br />

y Monterrey eran fortalecidas con el envío de varios<br />

escuadrones de dragones y granaderos. Se dieron instrucciones<br />

en Veracruz para que se reforzara el fuerte de San<br />

Juan de Ulúa y el fortín de Santiago. Los medios de los<br />

hombres parecían acompañar los designios de la Providencia,<br />

lo que era soberanamente engañoso, y la única<br />

que penaba injustamente en manos de Rosains era Ana<br />

María Calatayud, quien se había salvado del estupro,<br />

dado que su verdugo, exigía barraganas con el rostro picado<br />

de viruela, puesto que la belleza le repeHa como todo<br />

aquello que pudiera ser noble o de genuina voluntad.<br />

En un golpe de mano, el Señor de los Volcanes, se apoderaba<br />

de la guarnición insurgente de Cerro Colorado.<br />

Desarmando a más de 100 insurgentes y poniendo en<br />

fuga al resto. Juan Nepomuceno Rosains frente al indio<br />

realista de sangre azteca intentó disparar, su pistola, mas<br />

Paéz lo paró en seco cuando le dijo mirándolo fijamente<br />

"No haga fuego que si dispara la mayor tajada de su cuerpo<br />

será del tamaño de im maravedí", (expresión que consignó<br />

aterrado el versátil Fernández de Lizardi). Enterado<br />

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