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sus más caras ambiciones. Los novohispanos habían<br />
conseguido restablecerse en Nutka en el fatídico año de<br />
1789, que tan largo periodo de servidumbre traería para<br />
el mundo, bajo la tiranía numérica de los toneles grasientos<br />
que decapitaron a la aristocracia. Mas en 1794, en El<br />
Escorial, la corrupta corte de Madrid decidió entregar el<br />
puerto a los ingleses, a cambio de nada. (Hecho que luego<br />
se haría costumbre hasta nuestro tiempo). Los dos San<br />
Lorenzos: el del Surgidero y el de el Escorial, fueron abrasados<br />
en la parrilla en que se martirizó el cuerpo ya<br />
consumido del Imperio, que oliera a chamusquina. Bartolomé<br />
Acosta era requerido con urgencia en el palacio de<br />
los Virreyes. Arregló con cuidado su peluca, tomó su caja<br />
de rapé, miró el belduque siberiano que colgaba sobre su<br />
chimenea. En el viaje de San Ángel a la Plaza Mayor del<br />
reino de México, trató inútilmente de ver en los huertos<br />
el vuelo de im colibrí; tampoco logró distinguir en las iglesias<br />
por las que pasaba la imagen del Arcángel San Miguel;<br />
al parecer, habría volado también de su puesto<br />
de vigía en las casas solariegas. Las órdenes del Conde de<br />
Revillagigedo eran precisas, pese a que el virrey las consideró<br />
por lo menos "ima peregrina ocurrencia". Debió<br />
redactar un pronto al coronel del regimiento de infantería<br />
de Puebla, José Manuel de Álava, para que éste<br />
embarcase en San Blas rumbo a la isla de Vancouver. Su<br />
misión consistiría en desmantelar los fortines novohispanos<br />
en Alaska para entregar el puerto de San Lorenzo<br />
de Nutka a los ingleses.<br />
Sintió repulsión al escribir las órdenes, pero en el fondo,<br />
lo invadió una alegría maligna; finalmente su voluntad<br />
paralítica se había manifestado en una tentación<br />
de desmoronamiento, en el vértigo del desastre, en la<br />
avidez del fracaso. Desde su escritorio, con los glúteos anclados<br />
que descargaron discretas flatulencias, sujeta su<br />
mísera existencia a la rutina de la vida ordinaria había<br />
vencido a los hombres de acción, a la larga lista de capitanes<br />
que exploraron los misteriosos territorios de la<br />
Hispania Major. Su fe torcida y persistente, su desahen-<br />
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