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EL HÚSAR NEGRO

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dedicación el encargo del virrey. Se enteró, así, cómo<br />

Sebastián Vizcaíno, -el último de los grandes navegantes<br />

novohispanos del s. XVI-, emprendió tm viaje a la Nueva<br />

Califorrúa a fin de adelantarse a los ingleses que por<br />

el Atlántico Boreal buscaban el paso del Noroeste, supuestamente<br />

ya descubierto por el pirata Francis Drake.<br />

Mas no lo conmovieron los avatares del viaje, durante el<br />

cual se tuvieron que improvisar desde fuertes hasta oficios<br />

en que no se tenía experiencia como el responsable<br />

de coser las velas que tuvo que bordar ornamentos religiosos.<br />

Minucias, que caracterizaban a los hombres que<br />

habían preferido la espada a la pluma, reflexionó Acosta.<br />

En los tropiezos que afectaron la travesía del gran navegante<br />

y en las mismas intrigas que padeciera Vizcaíno,<br />

creyó ver, otra vez, las señales que estigmatizaban a los<br />

caballeros de las gestas, impotentes para concentrar la<br />

volimtad, dilapidadores de energía, incrédulos del poder<br />

de la fe, que él había visto aletear como un colibrí, en la<br />

mañana, en que el ébano del trasero de su mucama, lo<br />

convenciera de su superioridad sobre aquellos que lucharon<br />

noblemente.<br />

A ello unía su desconfianza por los hombres ajenos a<br />

toda disciplina sedentaria, ordenada y tranquila (como<br />

la de poderse sentar de corrido catorce horas, con pequeñas<br />

ventosidades asordinadas); los cuales nunca entenderían<br />

los actos puntuales de su existencia como los<br />

rezos del rosario, aimque a veces dormitaba entre cada<br />

misterio, el observar los caracoleos de sus lebreles, el pasearse<br />

por los largos pasillos de su casa, el redactar largos<br />

informes con ima letra más pimtillosa que su carácter, y<br />

hasta sus medidos devaneos con la sirvienta de firmes<br />

muslos negros. Bartolomé Acosta estaba convencido que<br />

en un acto de concentración de su fe, el estrecho de Anián<br />

o paso del Noroeste se revelaría, y quizá tierras cuyo esplendor<br />

harían palidecer a las islas Rica de Oro y Rica de<br />

Plata, sin necesidad, -€n ima de esas- de tener que abandonar<br />

su escritorio.<br />

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