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la influencia del polvo cósmico y las partículas electromagnéticas, argumentando<br />
que una vez alcanzada una enorme densidad se produjo una gran<br />
explosión, y aquellos repentinos y pequeños mundos se convirtieron en tremendas<br />
e incontroladas bolas de fuego que cada vez se van alejando más en<br />
el espacio infinito.<br />
Don Toribio, mirando a su amigo Txaparro a los ojos, le respondió que<br />
siempre solucionaba los problemas ocultos a base de explosiones, y que él<br />
más se inclinaba por la versión de Etxaurre, según la cual el mundo se creó<br />
en siete días. Altuna, por fin, percatado de que aquella conversación no les<br />
llevaría a ninguna parte, contestó: ¡Allá cuidados! Será lo que tenga que ser.<br />
¿Tampoco estamos tan mal, verdad? Tenemos casa y no nos falta de comer...<br />
No estaban de acuerdo, pero ambos mostraron voluntad de querer entenderse<br />
y seguir en calma.<br />
No obstante, y aunque podría parecer que no guarda relación alguna con<br />
lo anterior, querría subrayar que lo que le hizo D. Toribio a tu bisabuelo Nicolás<br />
no tiene perdón. Cuando en 1923 tu abuelo Román y su hermano dejaron<br />
la Unión Cerrajera para fundar Elma, la dirección cerrajera echó de la<br />
fábrica al padre de éstos, un anciano de 67 años. En la reacción de D. Toribio<br />
no se apreció ni rastro del liberalismo que se le suponía. Al contrario,<br />
mostró su verdadero rostro. Desde siempre, el poderoso ha cargado el peso<br />
de la desesperación sobre el trabajador. Y si observas la historia de nuestro<br />
pueblo en aquellos años, apreciarás mucha confusión, ya que los ricos podían<br />
llegar a ser insoportables y, así y todo, nosotros –los pobres desgraciados–<br />
no nos quejábamos ni una pizca. Nos enseñaron que la vida era un<br />
regalo de Dios y el único consuelo que nos quedaba era el premio eterno de<br />
la vida sobrenatural. Y como decían los parientes riojanos de mi difunto<br />
padre, “la misa y el pimiento, poco alimento”.<br />
El pasado 19 de Enero fueron 92. No existe testigo directo alguno que<br />
certifique que tal día me trajeron al mundo. Y aunque la dama de la guadaña<br />
me ha visitado en numerosas ocasiones, hasta ahora he podido esquivarla,<br />
demostrando una habilidad encomiable. La última vez, por cierto, le<br />
pedí otra prorroga por estar esperando tu carta. “Si es por eso, ¡está bien!”,<br />
me respondió, y nos despedimos hasta la próxima. Siempre había pensado<br />
que los mayores de sesenta estaban de sobra, pues opinan que todo está mal<br />
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