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He Vivido

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Llegué –o me llevaron– al campo de concentración de Gürs, en Francia, donde trabajé a<br />

las órdenes de Julián Etxebarria, antiguo director de la Escuela de Armería de Eibar. Mi<br />

labor consistía en examinar la capacidad técnica de miles de prisioneros que iban a ser<br />

utilizados en la industria de guerra francesa.<br />

Civil. Se nos pidió paciencia. Pero se puede decir que a primera hora de<br />

aquella mañana todo San Sebastián se agolpaba a la entrada de nuestra cárcel.<br />

Banderas, bandas de música, dirigentes de partidos políticos... y un montón<br />

de taxis esperándonos.<br />

Primeramente, dieron la orden de ponernos en libertad a los que aún no<br />

habíamos sido juzgados. ¡Qué gritos de emoción! Pero antes de salir me<br />

acerqué a “Tuntun” y le invité a subir a mi celda, en el segundo piso, para<br />

hacerle partícipe de mi secreto. Así, le mostré las comodidades del cubículo<br />

que estaba a punto de abandonar para siempre: mi electricidad particular y<br />

mi radio. Nos dimos la mano. En la calle predominaba la alegría y la algarabía.<br />

Nos llevaron a comer a la Parte Vieja y para el anochecer yo ya estaba<br />

rendido, sumamente cansado, y me dirigí al Paseo Nuevo en busca de un<br />

poco de tranquilidad. Una mujer se me acercó desde la oscuridad. Cuando<br />

me di cuenta a qué venía, le informé, sonriendo, de dónde había salido y del<br />

estado lastimoso de mis bolsillos. Me deseó buena suerte.<br />

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