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He Vivido

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yo con unos cuatro años de edad, vi el primer modelo de marca Ford, cuyo<br />

propietario era el ex cochero Milikua. Y fue este mismo quien, convertido en<br />

mi maestro a pie de calle, me inició en la tecnología del automóvil, una tarde<br />

que, saliendo nosotros de los kalistros, esparció las piezas más importantes<br />

del automóvil en la acera frente a la tienda de Zigarrero, se conoce que con<br />

intención de limpiarlas.<br />

El tren trajo prosperidad al pueblo. Y nosotros nos convertimos en testigos<br />

asombrados de la pesada infraestructura organizativa. ¿Cómo diablos<br />

podía aquel cacharro de tremendas ruedas circular sobre dos raíles sin salirse,<br />

incluso de noche? Una tras otra, llegaron cuatro locomotoras, denominadas<br />

Guipúzcoa, Mondragón, Vitoria y Laurak Bat. El eco profundo del<br />

pitido de la primera aún se mantiene vivo en mi mente. Su cubierta de latón<br />

le daba el aspecto de una tarta de cerezas.<br />

Vivimos un suceso inolvidable relacionado con la locomotora “Mondragón”.<br />

Mientras construían la estación, ese servicio estaba situado en la casa<br />

del listero de la fábrica. Este tenía un gran perro al que llamábamos “Lup”,<br />

y el maquinista de la locomotora y “Lup” se hicieron grandes amigos. Una<br />

mañana, el perro estaba acostado en la entrada de la fábrica y a pesar de que<br />

el maquinista le dirigió prolongados pitidos el animal permaneció tranquilamente<br />

sobre la vía, como diciendo: “Este sitio es mío”. Los trabajadores situados<br />

al lado de las ventanas que daban a la vía se quedaron mirando,<br />

atentos al enorme trasto de hierro sobre ruedas que parecía iba a atropellar<br />

a “Lup”. Mas el conductor pisó el freno y paró a un metro del can. Bajó del<br />

tren y, armado de gran paciencia, pudo convencer al amigo dormilón y testarudo<br />

para que dejara libre la vía.<br />

Antes de que el tren se convirtiera en una realidad gloriosa, los domingos<br />

por la mañana y una vez cumplido el deber de asistir a misa, las familias partían<br />

hacia los prados, montes y bosques próximos en busca de soledad y silencio.<br />

Sin embargo, al llegar el tren los objetivos se tornaron más<br />

ambiciosos, pues el hecho de volver a casa montado en un vagón era señal<br />

de un mejor modo de vida. El tren era algo así como un moderno héroe mecanizado,<br />

que no disminuía su velocidad ni para entrar en la boca negra de<br />

un túnel. Por fin, aquellos trenes de magnífica factura que sólo conocíamos<br />

por los libros de escuela también pasaban por nuestra localidad.<br />

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