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La Unión Cerrajera ha desaparecido para siempre y se hace difícil pensar<br />
que los vigorosos y poderosos edificios no funcionarán ya por más tiempo.<br />
Quizás el hacerme a la idea me resulta tan duro que prefiero rescatar imágenes<br />
de los anaqueles de mi mente y revivir en mi interior la terrible explosión<br />
que mató al padre de mi amigo Jesús Leibar en la fundición; o volver<br />
a recordar cómo solíamos apagar los habituales incendios de la sección de<br />
temple, bajo la dirección del incapaz ingeniero Paco Maixor Resusta. Pues<br />
éstos son recuerdos vivos, mientras que las tuyas son noticias referidas a la<br />
muerte... y en estos últimos días la muerte me ha asediado en demasía...<br />
Lo último ha sido la pérdida de mi gran amigo Marcos Vitoria. Un compañero<br />
de la infancia y, en verdad, un magnífico apoyo en mi exilio. Desde<br />
que en 1950 partí desde Toulouse rumbo a Uruguay, la relación epistolar<br />
entre Marcos y yo ha servido de soporte para mantener mis ideales de juventud,<br />
por encima de todo tipo de fraudes políticos y profesionales. Ahora<br />
Marcos me estará mirando desde el espacio infinito del cosmos y, como si<br />
quisiera avisarme que espera reunirse pronto conmigo para siempre, me estará<br />
haciendo alguna señal. Seguramente, me anticipará que el hipotético<br />
Dios nos convertirá en flores, añadiendo a continuación que seremos felices<br />
observando nuestro pueblo natal desde la pendiente de Kurtze Txiki.<br />
El otro día me preguntaste por teléfono cuáles serían los recuerdos que<br />
más destacaría yo. Y te respondí que eso era hacer trampa, ya que los recuerdos<br />
pueden convertirse en afiladas espadas de doble filo que se vuelven<br />
contra uno. Al final, junto al premio del dulce viaje a los orígenes, la amarga<br />
certidumbre de la destrucción total resurge en la inevitable comparación<br />
entre las distintas épocas. La mayoría de los compañeros de mis recuerdos<br />
están en el cementerio, por tanto, tendría que acudir allá y hablar con mis<br />
viejos amigos para revivir los momentos en que jugábamos a pelota o lanzábamos<br />
nuestras cometas. Momentos lejanos ya fenecidos.<br />
Me llamaste para comunicarme que habías llegado bien. Te agradezco<br />
mucho que vinieras a visitarme a Montevideo en Abril. Y te comunico que<br />
ya he recibido las fotos que me enviaste por correo urgente. Mi mujer está<br />
sumamente emocionada desde que supo que mi pueblo –el viejo Mondragón–<br />
me quiere dedicar un libro. Ella ignoraba –y yo también– que tuviera<br />
un marido tan importante. Con todo, te repito que, a pesar de que te es-<br />
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