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catón. A veces Sor Delfina nos explica los misterios del universo y así es<br />
como hemos sabido lo que sucedió en el Paraíso. A Adán le tocó una mujer<br />
mala y debido a una metedura de pata de ésta Dios los echó de aquel hermoso<br />
jardín. Lo que no tengo muy claro, empero, es si el Adán de Yarza<br />
cuya casa veo desde mi balcón es la misma persona. Por lo tanto, el asunto<br />
es que aquella mujer cabreada se comió la manzana que Dios tenía guardada<br />
y de ahí vienen los pecados.<br />
Son escasas las ocasiones en que nos dejan jugar en la escuela y con la<br />
buena intención de que aprendamos un castellano mejor las monjas nos enseñan<br />
hermosas canciones. Al menos eso es lo que nos dicen. Al parecer, si<br />
queremos llegar a ser hombres y mujeres de provecho no hay más remedio<br />
que, por lo menos en la escuela, olvidarnos del euskera y esforzarnos en<br />
aprender castellano. A mí la canción que más me gusta es esa en la que nos<br />
sentamos todos en el suelo y cantamos con las manos sobre la cabeza. “Cri,<br />
cri, cri, yo nací...” Así empieza pero todavía no me la sé bien y no me acuerdo<br />
cómo sigue. También es muy bonito el juego del gato y el ratón: Félix Lasagabaster<br />
es el ratón y José Arkauz el gato. Félix siempre le da esquinazo.<br />
Las primeras referencias que recuerdo sobre mí mismo son vivencias de<br />
cuando tenía unos tres años. Se trata de un suceso que ocurrió en el balcón<br />
de casa, una mañana de domingo en la que, estando mi madre en la Plaza<br />
de Abastos, no se me ocurrió otra cosa que meter mi cuerpo entre los barrotes<br />
de hierro del balcón. Si bien conseguí traspasar con el cuerpo los barrotes,<br />
no pude hacer lo mismo con la cabeza, y allí me quede, ni hacia delante ni<br />
hacia atrás. Los gritos de la gente que pasaba frente a la casa se podían oír<br />
desde Santamaña. ¿Pero dónde están los padres de ese chiquillo? ¡Otro<br />
tanto! Se conoce que mi madre también oyó los alaridos, pues apareció en<br />
la puerta de la feria y subió a casa a toda la velocidad que le permitían sus<br />
ciento cinco kilos para rescatarme de aquella trampa de hierro. Al grave<br />
aprieto le siguió un buen calentón en el culo, mientras los testigos del espectáculo<br />
gratuito volvían a la calma.<br />
Tanto mi madre como mi padre –aunque no lo reconozca en alto– me<br />
quieren mucho. En cuanto a eso no tengo motivos para quejarme. No sé<br />
si he comentado antes que mi padre es panadero y mi madre se dedica a<br />
las tareas de la casa, lo que no le impide, al contar con una habilidad<br />
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