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He Vivido

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Como consecuencia de la revuelta de octubre de 1934<br />

conocí la cárcel, primero en el Fuerte de Guadalupe y<br />

más tarde en Ondarreta. La guerra de 1936 me abrió la<br />

puerta, no deseada, del exilio, del que no he vuelto más.<br />

Como todos los exilios, ha supuesto un quebranto físico<br />

y espiritual.<br />

81<br />

a su casa a entregarle<br />

unas pocas firmas recogidas<br />

entre sus ex<br />

alumnos y a presentarle<br />

nuestro respeto<br />

de corazón. Era Abril<br />

de 1934. Lo despedimos<br />

con un “Vendrán<br />

tiempos mejores”. Al<br />

salir de allí, según nos<br />

confesó el profesor de<br />

dibujo Antonio Armengou,<br />

que fue testigo<br />

de nuestra visita,<br />

él y la propia madre<br />

de Lafitte escondieron<br />

la pistola del ingeniero<br />

por miedo a<br />

que éste se suicidara.<br />

Era una tarde de jueves<br />

y la banda de mú-<br />

sica tocaba, en la plaza del pueblo, una melodía que aún no he olvidado. El<br />

drama de aquella casa era ajeno a los danzantes.<br />

Seis meses más tarde, el 5 de Octubre, ciento diez jóvenes del pueblo fuimos<br />

detenidos y llevados al penal de Guadalupe, acusados de tentativa de revolución.<br />

El movimiento se veía venir desde la víspera. Yo volvía del cine<br />

acompañando a la chica a la que quería convencer para que fuera mi novia.<br />

En el camino nos cruzamos con mi ayudante de la fábrica y otros miembros<br />

de UGT. A las seis de la mañana del día siguiente oí las primeras explosiones.<br />

Estaban lanzando artefactos hechos a mano desde el tejado de una casa<br />

cercana al cuartel de la guardia civil. Fui a la Casa del Pueblo. Para entonces<br />

tenían presos a un montón de carlistas a fin de que no cogieran las armas.<br />

Antes de llegar a la sede socialista oí un tiro y nada más entrar me encontré<br />

con Celestino Uriarte hablando con un compañero acerca de que se le había<br />

disparado la escopeta por no saber manejarla. Uriarte puso la escopeta en<br />

mis manos y me envió a la Plaza del Pueblo.

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