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He Vivido

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Sin embargo, temo que, cuando menos me lo espere, ese chaval me va a<br />

recibir a pedradas, en pago de lo que yo le hice.<br />

Otro de los juegos que más me gusta es el de las chapas, utilizando las<br />

tapas, bien pisadas, de los botes de producto para dar brillo a los zapatos.<br />

Los lanzamos contra la pared, y el que más se acerca, ¡campeón! Las<br />

chicas, en cambio, juegan a las tabas. Las más apreciadas son las de carnero,<br />

ya que valen cuatro veces más que las de oveja. Usan bolsitas de<br />

tela para guardarlas, pero muchas veces, en lugar de tabas, llevan harriloradunak,<br />

piedras encontradas cerca del puente de la Concepción, y luego<br />

pintadas. Los chicos recaudamos suculentos beneficios con las cajetillas de<br />

cerillas –caso de ganar en el juego, por supuesto–, pues intercambiamos<br />

cajas de lujo de entre cinco y quince céntimos. Además, las que llevan<br />

imágenes de los futbolistas famosos pueden cotizarse hasta dieciséis veces<br />

más que las corrientes.<br />

Otras veces nos dedicamos a atrapar murciélagos. A las seis de la tarde encienden<br />

la luz de la calle. Una hora más tarde todo está oscuro y sólo se<br />

puede ver algo en el pequeño espacio de debajo de la bombilla que cuelga<br />

del cable que cruza la calle. Ahí solemos estar nosotros, con la blusa de la escuela<br />

en la mano esperando a que aparezcan los murciélagos, para a continuación<br />

lanzarla al aire y paralizar así el vuelo del animal. En dicho esfuerzo,<br />

los días otoñales de bochorno ofrecemos un espectáculo digno de ver, ¡pero<br />

cuidado!, el juego puede resultar peligroso caso de que el murciélago muerda<br />

a alguien.<br />

A pesar de que a mí, por ser demasiado joven, aún no me dejan, sé que<br />

los mayores de diez años juegan a guerras. Los de Txorta luchan contra los<br />

de la Escuela Vieja, éstos bajo el mando de Bittor Errekalde Berezibar, mientras<br />

que a aquellos los dirige Lorenzo Eperra Uribetxebarria. El campo de<br />

batalla está situado en Santa Bárbara, concretamente en Goikobalu, y unos<br />

acuden allá subiendo por el Paseo Arrasate, mientras que otros lo hacen por<br />

San Agustín. Luchan lanzándose piedras unos a otros, hasta que los más débiles<br />

huyan. En un principio, limpian sus heridas en las fuentes del lavadero<br />

situado en el regazo de Santa Bárbara, y luego cada uno trata de curarse<br />

en su casa, alguna vez con una venda mojada con vinagre y sal... y, casi<br />

siempre, con la ayuda de una buena azotaina del padre.<br />

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