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He Vivido

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Y nos quedábamos esperando la llegada del siguiente domingo, haciendo<br />

todo tipo de predicciones sobre la suerte que correrían Duncan y su prometida<br />

Bárbara. Más de una vez llegamos a cuestionar la aportación pasiva de<br />

Dios, pues parecía que éste estaba aliado con los malos, ya que no entendíamos<br />

cómo podía dejar al protagonista atado a la vía del tren y abandonado<br />

a su suerte durante otros siete días. Al cabo de la semana allí estábamos todos<br />

de nuevo mirando a la pantalla atentamente. Con sólo aparecer la maquina<br />

del tren humeante se nos hacía un nudo en la garganta..., mientras el conductor<br />

frenaba la gran máquina a un metro escaso de William. ¡Aplausos!<br />

Como el cine era de pago, el público tenía la opción de demostrar su enfado<br />

a través de pitadas, y así es como se logró –sin llegar a pataleos y<br />

demás– que Usabiaga tocara el piano en películas como “La bolas de Karlague”,<br />

“Las dos huerfanitas de París” y alguna que otra más. Pensábamos<br />

que ni en el cielo podía haber tanto nivel, porque allí, al parecer, no echan<br />

películas de cabaret ni de malhechores. Según los que saben del tema, en el<br />

cielo los santos de capa larga cumplen los roles de protagonista... y como<br />

son entes espirituales, en las salas de cine de allá no se distribuyen ni gaseosa<br />

ni cacahuetes. Debo confesar, empero, que todavía conservo vivas las<br />

emociones de los momentos de peligro que nos ofrecían las películas del más<br />

acá del cielo, y lo hago un poco avergonzado, pues creo que debería ser un<br />

poco más serio, quizás manteniendo el nivel de seriedad que se suponía a los<br />

viejos que, mientras nosotros asistíamos al cine, se sentaban en los bancos<br />

del Ferial y nunca asistían a los espectáculos de titiriteros, bajo candiles de<br />

carburo más potentes que la lámpara eléctrica de Argi Errota.<br />

El teatro, en cambio, no me gustaba tanto, aunque acudía puntualmente,<br />

si no había nada mejor. De todos modos, me dejó un buen recuerdo el representado<br />

por el hijo del doctor Urbina, el matrimonio Krisis y otros participantes<br />

en el Centro Católico. A pesar de que intenté que no ocurriera,<br />

también aquella tarde salí de la sala con las tablas del escenario clavadas en<br />

el pecho, pues permanecí de pie en primera fila durante toda la función. El<br />

porqué es el siguiente: Rosa Aranburu, la que sería esposa del hojalatero de<br />

la Calle del Medio Victor Arriaran y que desempeñaba el papel de Garbiñe,<br />

me causó una impresión inenarrable. Su semblante pálido, pañuelo elegante<br />

y hermoso, falda de casera roja y bien planchada y, sobre todo, aquellos gestos<br />

sutiles suyos que sobresalían sobre los majaderos que tenía al lado, fue-<br />

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