Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Antes he mencionado al doctor Urbina y no puedo borrar de mi mente el<br />
primer día en que lo vi en mi casa. Es el médico que suele visitar los caseríos,<br />
siempre acompañado de su noble, brillante y excelente caballo. Recuerdo<br />
como si fuera hoy que mi madre me envió a Zaldibar, a casa de<br />
Purificación Chapasesie Azkoaga, y ésta, por su parte, adonde mi abuela, en<br />
busca de una extraña clase de pimentón. La abuela se tomó con total tranquilidad<br />
el pedido y para cuando llegué a casa –no recuerdo si llevaba el pimentón<br />
o no– me pareció que el doctor Urbina cerraba un trato comercial<br />
por cinco pesetas con mi padre. La Chapasesa estaba en la habitación de mis<br />
padres, sonriendo, y sobre la cama al lado de mi madre, mi nueva hermana,<br />
a la que a partir de aquel día llamaríamos Amparo.<br />
Pero comencé a estrechar mi relación con el doctor Urbina cuando me<br />
mandó acudir a María, del caserío Errotatxo, a tomar baños de agua sulfurosa.<br />
Antes de partir hacia allá, mi madre y yo visitábamos a Periko Arrasate<br />
Mendizábal para que me pesara en una báscula para sacos de harina.<br />
Desde la panadería hacia Gesalibar, pasábamos por el caserío de Ignacio Turrubilon<br />
Eguren. El primer día me encapriché del perro del citado caserío.<br />
Mi madre me prometió que si me portaba bien, a la vuelta el perro sería mío.<br />
Se conoce que no fui lo bastante formal, pues me quedé sin perro. Días más<br />
tarde quise llevarme un ternero a casa, pero en vano. Ni perro ni ternero.<br />
Errotatxo está situado tras la compuerta del cauce del molino, y es allí<br />
donde María, alzándome en brazos como si fuera un perrito, me introduce<br />
en un baño de agua bien caliente. Siempre sonriente, he pensado con frecuencia<br />
que me quiere tanto como mi madre. Y es una idea que me atrae,<br />
ya que María tiene cerdos, patos, un montón de gallinas y un perro con los<br />
que juego después de salir del baño. A pesar de que en la escuela les llamamos<br />
maskelu (torpes), a mí los muchachos de los caseríos me dan envidia.<br />
Visten pantalones hasta media pierna, totalmente arrugada la parte posterior<br />
de la rodilla y unos parches tremendos en las nalgas; pero la mayoría de<br />
ellos se queda en casa sin bajar a la escuela, y además tienen cerezas, y grillos.<br />
Y comen todo el maíz que quieren.<br />
Percatado de que el agua sulfurosa no me curaba del todo, mi padre alquiló<br />
el coche de caballos de Celestino Katutxua Uriarte y me llevaron al médico<br />
de Elgeta. Me dio a beber un jarabe. ¡Estaba buenísimo! En la siguiente<br />
21