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El Mondragón de mi niñez ya nos permitía gozar de espectáculos circenses, cenematográficos<br />
y teatrales, atractivo singular para una sociedad anclada aún en usos y costumbres rurales.<br />
venta. Esperamos ardiendo en deseos de que todo se hiciera oscuro, y cuando<br />
el silencio se adueñó del lugar, un foco de luz hizo emerger en la pantalla las<br />
imágenes rígidas de los personajes de aventuras.<br />
Al poco, se abrió el cine de Benito Mardo Abarrategi en la calle Olarte. La<br />
sala de Mardo era muy pequeña, por lo que la proyección se realizaba desde<br />
el otro lado del telón, metiendo la cinta del revés, para que la imagen apareciera<br />
correctamente sobre la tela transparente. Para ello, se construyó una<br />
columna de piedra sobre el río Aramaio, unida a la parte posterior de la sala<br />
mediante un puente de madera. Colocaron una caseta en la columna y desde<br />
allí Mardo proyectaba las películas. Un día, una inundación se llevó por delante<br />
la columna y posteriormente no hubo más sesiones cinematográficas.<br />
En primer lugar proyectaban dos películas cómicas y a continuación comenzaba<br />
el programa serio. Uno de los organizadores se esforzaba en presentarnos<br />
adecuadamente el guión de lo que estábamos viendo. Así mismo,<br />
en su esfuerzo por seducir nuestras sensaciones, nos ofrecía oportunamente<br />
sus comentarios más sabrosos. Y doy fe de que lo conseguía. Valga como<br />
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