Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Aquel Jesusito de la época de mi maestra Sor Delfina ha vivido muchísimas<br />
aventuras, y dudo que ella me pudiese reconocer ahora, pues me he<br />
convertido en un agnóstico práctico de los pies a la cabeza, aunque una vez,<br />
hace unos veinticinco años, le escribí una carta al objeto de exponerle mis<br />
dudas respecto a la fe. Le expliqué con sentimiento mi fuego interior, no<br />
para que me aclarara las dudas, por supuesto, sino para que comparara la<br />
imagen que tenía de mí con la del verdadero Jesús. Me desnudé ante su fe.<br />
“Si Jesucristo nació hace unos 2000 años –le decía en la carta–, ¿quién protegió<br />
a los que vivieron con anterioridad? Mis opiniones sobre Dios podrían<br />
poner en cuestión su sabiduría y su poder si tuviera que rezarle para que hiciera<br />
las cosas tal y como nosotros queremos. Dios nos tendría que gobernar<br />
por encima de eso... pero, entonces, ¿para qué nacimos?”.<br />
Pero mira, Josemari, ¿sabes qué estoy pensando? Como diríamos en el<br />
pueblo, ¡Venga hombre! ¡Ya vale de cuentos! En cualquier caso, recuerdo<br />
que un día me tiraste de la lengua cuando hablábamos sobre mis ideales.<br />
Ocurrió cuando regresé al pueblo por tres días, en 1981. José Letona fue<br />
testigo de ello, mientras cenábamos en el bar de Agustín Bueno Arregi. No<br />
estoy muy seguro pero aquella noche noté que los cimientos de nuestra amistad<br />
se tambaleaban de manera preocupante, como si nuestra relación hasta<br />
entonces hubiera comenzado a resquebrajarse. Los hombres nos complicamos<br />
la vida demasiado, ¿no crees? Por fortuna, han transcurrido varios años<br />
desde entonces y el eclipse momentáneo se tornó en luz.<br />
Acabo de mencionar a José Letona. ¿Te he contado alguna vez que hicimos<br />
juntos la mili en el cuartel de Loyola en 1929? Recuerdo que le envié<br />
una carta desde el exilio, pero nunca recibí contestación alguna. Por lo visto,<br />
tenía miedo a la censura. No me sorprendería. En cambio, el otro gran historiador<br />
de Mondragón, José Mari Uranga, me envió su libro. Tendría yo<br />
unos 15 años cuando conocí a José Mari en la Unión Cerrajera, pues solía<br />
venir por la mañana a la fábrica a traer la pequeña marmita a su padre.<br />
Trabajaron conmigo éste, sus dos tíos, José y Ángel, y su abuelo Eusebio.<br />
Un día el padre de José Mari se hizo daño en los dedos de la mano y yo me<br />
quedé mirándole, sin saber cómo debía reaccionar. Se conoce que el hombre<br />
–a la sazón tendría unos treinta años– me vio sonreír y acercándose a mí, me<br />
espetó: ¿De qué te ríes?... ¡Ándate con cuidado que tengo mal genio, eh! Por<br />
fortuna, el enfado no llegó a más.<br />
112