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He Vivido

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las calles a cualquier hora. No había ni “Ángelus”, ni repique de campanas<br />

que delimitara las horas del día según la doctrina. Se comentaba que a las<br />

fiestas nocturnas asistían bailarinas mostrando la parte superior de la rodilla...<br />

Y todo eso, para mi difunto padre, era pecado mortal, provocado por<br />

la subordinación al desarrollo, algo que en un pueblo pequeño como el nuestro<br />

todavía se podía evitar.<br />

Bilbao estaba lejos, y no eran pocos los que, en vez de ir allá, esperaban<br />

algo especial en el pueblo. Calentaron los cascos al paisano Cristóbal Bedia,<br />

a fin de que llenara su cine con mujeres alegres. Cristóbal, que era prudente<br />

en sus decisiones, primeramente trajo malabaristas. Se conoce que quería<br />

tantear el ambiente. Y aquel primer intento abrió las puertas a la contratación<br />

de un pequeño grupo de bailarinas, que nada más salir al escenario cosechó<br />

un éxito abrumador. Todas eran hermosas, vestidas con medias negras<br />

y faldas en abanico que salpicaban el baile de artística magia. Charlestón,<br />

can-can... Un espectáculo maravilloso para aquellos espectadores ruidosos,<br />

para los que Bilbao quedaba demasiado lejos.<br />

A Cristóbal Bedia no tardó en salirle un competidor en el trinquete de<br />

Maalako Errebala. Y se organizó un segundo acto, esta vez con entradas<br />

que daban derecho a un refresco. El trinquete se llenó hasta la bandera. Sin<br />

embargo, al alcalde Goñi no le hizo ninguna gracia tanta alegría y tanta lascivia,<br />

por lo que envió a Simón el alguacil, provisto de un sombrero sucio tipo<br />

carcelero y un grueso bastón, con la orden de cerrar el frontón caso de que<br />

las bailarinas levantaran sus faldas más allá de la parte superior de la rodilla.<br />

Allí permaneció Simón, tratando de medir la emoción que provocaba el<br />

baile en el público; emoción producida por un tipo de baile desconocido para<br />

el noventa y nueve y medio por ciento de los habitantes de un pueblo formal<br />

y católico. Simón aguantó el tipo, Dios mediante, hasta el final del espectáculo,<br />

y el pobre municipal no fue aplastado por la juventud enloquecida y<br />

tampoco el alcalde Goñi presentó su dimisión. Pero allí terminaron las representaciones<br />

públicas de los pecadores... aunque tuvieron su continuación<br />

en privado, por ejemplo, en las exhibiciones del Casino Viteri.<br />

Aun siendo un pueblo religioso, algunos sólo acudían a la iglesia una vez<br />

al año, y había quien no entraba a la iglesia para nada. Recuerdo lo que le<br />

dijo mi madre a una amiga suya sobre un vecino que a duras penas cumplía<br />

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