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gresando o retrocediendo. Pero creo que no merece la pena, pues ese ejercicio<br />
no nos llevaría a nada. ¿Guardan acaso los hermosos edificios de cemento,<br />
aquellos valores intocables del ayer? Sin duda, nuestra vida de<br />
entonces era mucho más dura que la de ahora, y la comodidad de hoy supera<br />
con creces a la que disfrutaban los ricos de aquella época. De no ser así,<br />
los Resusta hubieran comprado muebles nuevos cuando se mudaron de casa,<br />
tal y como haría en la actualidad cualquier trabajador. Pero el caso es que<br />
no fue así, ya que como se pudo comprobar años más tarde al ser asaltada<br />
aquella mansión, los muebles que se lanzaron por la ventana a la calle eran<br />
los mismos que yo conocí en la edificación anterior. Mas, perdonen, pues ése<br />
es un ejemplo pequeño y nimio. Como decía, el ambiente, las costumbres, los<br />
amigos... ¡Todo ha cambiado! El vacío es de por sí insustituible.<br />
Pero he vuelto. <strong>He</strong> vuelto a las calles que vieron cómo pasé de los pantalones<br />
cortos a los largos, tras conocer infinidad de paisajes a lo largo y ancho<br />
del mundo. Sin embargo, poca gente de aquí se acuerda de que un día tuve<br />
que salir del pueblo y olvidar por mucho tiempo a mis padres, a mi hermana<br />
y a mis amigos. Y me pregunto si el precio pagado ha merecido la pena, a<br />
sabiendas de que está claro que nunca llegará la respuesta. Y pese a que mi<br />
memoria sigue viva, el solo hecho de pensar que alguna vez pude traicionar<br />
a la tradición hace revivir en mí el fantasma del pecado mortal.<br />
De todos modos, dudo de que después de los siete años haya tenido conciencia<br />
de ser pecador –desde que me sacaron de la escuela de monjas, concretamente–<br />
y menos aún una vez mis padres hubieron hablado con el<br />
alcalde e hice mi nido en la llamada Escuela Vieja, pues allí no había mucho<br />
ambiente religioso. Teníamos que formar grupos, para que, de esa manera,<br />
cumpliéramos el programa marcado por el ayuntamiento. Corría el año 1915<br />
y el asistente del maestro, Marcelino Uribesalgo, hacía lo indecible para grabar<br />
en nuestras mentes la interminable letanía de la doctrina. Sólo con el<br />
paso del tiempo acerté a ordenar aquellos nombres y largas series de palabras.<br />
Ahora bien, atrás quedaron los refranes que ni el propio cura que venía<br />
a visitarnos los sábados era capaz de explicar bien. Es más, al parecer, ni siquiera<br />
mi padre se veía capaz de dar con la explicación correcta. ¡Y mira que<br />
mi padre sabía sobre religión! Es por lo que durante unos años pensé que en<br />
el sistema de enseñanza se utilizaban palabras y expresiones extranjeras. Por<br />
ejemplo, “No fornicar” o “No hurtar”. ¡Menudas palabrejas!<br />
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