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Dama Dai’h<br />

Aquello no<br />

era un dragón,<br />

aquello<br />

era un dios.<br />

No podía ser<br />

otra cosa<br />

El dios sondeó a Dai’h sin que ésta pudiera hacer absolutamente nada.<br />

La hechicera no era nada, apenas una mota de polvo ante un vendaval. El<br />

dios pasó por los recuerdos de Dai’h uno por uno. Pasó por su infancia con<br />

indiferencia. Vio las traiciones e intrigas y pasó de largo, aunque se demoró:<br />

parecía que se le despertaba un cierto interés ante la traición de su propia<br />

hermana. Descartó las crueles prácticas de su pueblo y Dai’h intuyó<br />

que no eran nada comparadas con la crueldad de la que era capaz aquel<br />

dragón rojo. El dios miró con repulsa los rituales a Slaneesh y su entrega<br />

al Caos. Pero no los rechazó, tampoco le importaban. En cambio pareció<br />

agradarle el culto a Khaela-Mensha-Khaine. Y finalmente el dios llegó al<br />

odio de Dai’h. El odio hacia su propia familia, que la había desterrado. El<br />

odio al Rey. El odio a toda la corte. El odio a los eslizones que la atosigaban<br />

con cada luna nueva. Y sobretodo, el odio a los Skavens, que estaban a<br />

punto de arrebatarle todo. Le arrebatarían su vida. Le arrebatarían lo que<br />

podría haber sido, lo que podría haber aprendido, lo que podría haber conseguido.<br />

Aquellas apestosas ratas iban a arrebatarle su venganza.<br />

Entonces algo pasó. Al odio de Dai’h se le unió el odio del dios. Aquel<br />

dragón rojo odiaba a los Skavens. Los odiaba con una fuerza que casi abrasa<br />

la mente de la hechicera. Dai’h y el dios llegaron a una especie de comunión.<br />

Eran almas afines. Las movía el mismo sentimiento. La misma<br />

ansia. El mismo afán. El mismo odio.<br />

Una marea roja inundó a Dai’h.<br />

El tiempo volvió.<br />

Dai’h se alzó y los Skavens inundaron la habitación.<br />

La luz del mediodía despertó a Rian’da. La bruja se levantó lentamente,<br />

rodeada de cadáveres de hombres rata. Recordaba haber luchado por su<br />

vida como nunca lo había hecho. Sus compañeras y ella se habían separado<br />

en la turba de pelaje marrón. Había conseguido mantenerse en movimiento<br />

y no ser acorralada mientras mataba Skavens a su paso. Entonces<br />

algo la golpeó alzándola en el aire y lanzándola varios metros antes de<br />

chocar violentamente contra el suelo. La elfa no recordaba nada más.<br />

Rian’da se levantó como pudo y maldijo cada músculo de su cuerpo por<br />

doler tanto. Repasó mentalmente sus heridas y se maravilló de no tener<br />

ninguna herida grave. Contusiones, moratones, tajos y desgarros, pero<br />

nada que pusiera su vida en peligro ni ahora ni a largo plazo. Sanaría con<br />

descanso y alimento. Sin embargo, Rian’da dudaba de que tuviera<br />

tiempo para ninguna de las dos cosas.<br />

Renqueando se acercó al cadáver de un hombre rata<br />

que aún tenía una de sus espadas clavada en el pecho y la<br />

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