Septiembre-octubre - Revista Ciencia y Desarrollo - Conacyt
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A toro pasado (solución al torito del número 159)<br />
Ya déjate de jaladas y dime la neta<br />
Lógico, elemental... y difícil<br />
E<br />
l término de lógica viene a significar –como<br />
usted lo sabe, bien ilustrado lector, algo así<br />
como la ciencia o el estudio del logos. Lo que<br />
ya no está tan claro –ni para usted, ni para mí,<br />
ni para nadie– es qué diantres significa eso<br />
de logos. Para los griegos clásicos, que fueron<br />
quienes se sacaron de la manga –de la túnica,<br />
en fin– la palabrita quería decir eso, palabra,<br />
en el sentido más amplio de la ídem. La<br />
derivaron del verbo légein que tenía originalmente el sentido<br />
de recoger, reunir, agrupar, la idea es que, al hablar,<br />
estamos organizando la realidad perceptible, de manera<br />
que cada concepto o palabra representa una determinada<br />
parcela de esa realidad.<br />
De ahí que para Heráclito o los estoicos, el término<br />
pasara a denominar algo cercano a lo que hoy llamamos<br />
ciencia, en oposición al pensamiento mágico o fantástico,<br />
de donde, surgen términos como geología, ciencia de<br />
la Tierra, o antropología, estudio del hombre. Ya entre los<br />
filósofos contemporáneos, como Husserl o Heidegger, la<br />
palabra logos cobra nuevos significados epistemológicos<br />
94 CIENCIA Y DESARROLLO 160<br />
y ontológicos, pero estoy seguro de que me agradecerá,<br />
abrumado lector, que por hoy los dejemos pendientes.<br />
Así pues, la lógica bien hubiera podido llamarse logología,<br />
algo así como estudio del estudio, cualquier cosa<br />
que eso quiera decir; una ciencia que se estudia a sí misma,<br />
un pez que se come la cola, un ourovoro, como lo<br />
llamaban los propios griegos. No porque sí, entre ellos<br />
florecieron corrientes de pensamiento, como la de los<br />
escépticos, que se entretuvieron en demostrar, con resultados<br />
ciertamente inquietantes, que eso de razonar<br />
era una trampa o una ilusión. Si quiere darse un quemón<br />
con los niveles de confusión a los que el pensamiento<br />
lógico puede conducir, déle una ojeada al Parménides,<br />
atribuido a Platón. Desde entonces, la lógica se ha esforzado<br />
en hacer transparente lo turbio, no siempre con resultados<br />
entusiasmantes. Incluso hoy en día, las ramas<br />
más atractivas y desconcertantes, tanto de la filosofía<br />
como de las matemáticas, tienen que ver con ese enredo<br />
que llamamos lógica. Y si la lógica clásica ya es por si<br />
misma una complicación, han surgido recientemente<br />
cosas tales como las lógicas polivalentes o la lógica difusa,<br />
que créame, ya no parecen tener ni pies ni cabeza, y<br />
aquí entre nos, yo creo que en efecto no los tienen.<br />
Todo esto se lo platico para que pueda dar su lugar a<br />
la belleza de la solución a nuestro Torito de la edición<br />
pasada. Se trata de lógica elemental, ni duda cabe, pero<br />
exhibe de manera magnífica hasta qué punto lo elemental<br />
puede no ser trivial. La solución clásica según la cual<br />
usted, en calidad de explorador en aprietos, inquiere “¿si<br />
le pregunto al otro si el helicóptero está detrás de esta puerta,<br />
qué me dirá?”, no tendrá mayores dificultades. Es perfectamente<br />
transparente y comprensible, pues tal como ya<br />
le dije, una verdad sobre una mentira, como una mentira<br />
sobre una verdad, son ambas falsas, y usted no tendrá<br />
mas que salir por la puerta contraria a la indicada para dar<br />
con el artefacto prometido.<br />
Pero existe otra pregunta que resuelve igualmente la<br />
cuestión y que no implica un esquema lógico tan obvio.<br />
El colmo es que tal pregunta en sí es mucho más senci-