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Las Ultimas Treinta Vidas De Alcione (C. W. Leadbeater)

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iniciativa propia, y su padre confiaba cada vez con más firmeza en él, de suerte que los lazos del<br />

parentesco se fortalecieron inquebrantablemente con los del afecto.<br />

El año 10387 le sobrevino la mayor desgracia de su vida. Emprendió un viaje para visitar algunos<br />

lejanos santuarios del Sur en los parajes que hoy llaman Rameshvaram y Shrirangam. Sus dos hijos,<br />

Helios y Aquiles, a la sazón en plena adolescencia, desearon acompañarle, a lo que accedió <strong>Alcione</strong> con<br />

el beneplácito de su esposa Ayax, creídos de que la experiencia del viaje les sería provechosa. Tomaron<br />

pasaje en un buque mercante de gran porte para aquellos tiempos, y fueron navegando pausadamente por<br />

la costa con escala en todos los puertos de la ruta.<br />

Muy interesante les parecía el viaje, de lo que tanto el padre como los hijos se regocijaban en<br />

extremo; pero al cabo de unas cuantas semanas levantóse un furioso temporal de varios días, que desvió<br />

el rumbo del buque y lo dejo desarbolado, en desconocidos mares, sin esperanza de refugio. Día tras día<br />

hubieron de esforzarse tripulantes y pasajeros en mantener la nave a flote, hasta que, ya desfallecidos y<br />

exhaustos, descubrieron tierra por avante, y a ella impulsaron el buque con desesperado esfuerzo.<br />

Llevóles el remo a pocas millas al Norte de la tierra, que era una isla no muy grande, y trataron entonces<br />

de abordar a nado pero; por una parte estaban demasiado débiles para nadar, y por otra iban siguiendo al<br />

buque una manada de tiburones, por lo que resolvieron construir una tosca almadía con las cuadernas del<br />

buque. En esto se hallaban, cuando vieron que de la costa venía hacia ellos una flotilla de canoas, y muy<br />

pronto estuvieron rodeados por una horda de salvajes que, con desaforada gritería, les dispararon miles de<br />

flechas, hasta que, saltando al abordaje, mataron a la desfallecida tripulación a garrotazos.<br />

<strong>Alcione</strong> presenció la muerte de sus hijos y también él cayó aturdido por un golpe de los salvajes. Al<br />

volver en sí, estaban éstos repartiéndose los despojos del barco; pero como vieran que aun vivía, llegósele<br />

uno con intento de matarle, y allí acabara la vida, si no se interpusiera otro de más autoridad, quien<br />

mandó que le ataran fuertemente y lo trasladaran a una canoa. Creyó <strong>Alcione</strong> de pronto que sólo él había<br />

sobrevivido a la matanza, y al recordar el trágico fin de sus hijos, entróle el deseo de que igualmente le<br />

mataran; pero a poco advirtió que traían los salvajes a otro superviviente, también sujeto con ligaduras.<br />

Era un marinero de la tripulación, que se entristeció sobremanera al ver a <strong>Alcione</strong> en tan lamentable<br />

estado, pues todos le tenían por bellísima persona desde que la frecuencia de trato le dio a conocer en la<br />

travesía. Escasos consuelos pudo recibir <strong>Alcione</strong> del marinero, que, si bien no sabía exactamente a la<br />

altura a que se hallaban, calculaba, por la dirección del temporal, que habían caído en manos de una de las<br />

más sanguinarias y feroces tribus de caníbales.<br />

Resolvieron los salvajes remolcar el naufragado buque hasta la isla, y con gran esfuerzo y no menos<br />

estrépito lograron embarrancarlo en la playa y tomar de él cuanto les pareció de provecho. Terminado el<br />

saqueo, se dispusieron a celebrar un gran festín, y al efecto comunicaron a los demás puntos de la isla, por<br />

medio de hogueras humeantes, la para ellos grata noticia de la abundante captura de carne fresca, con lo<br />

que se juntaron en aquel paraje nutridos contingentes de caníbales. Pronto encendieron una enorme<br />

hoguera para cocer los cuerpos de los indos asesinados a bordo, y todos participaron del horrendo<br />

banquete con tal hartura, que al segundo día del festín estaban ahítos.<br />

Sin embargo, habían tenido la precaución de amarrar sólidamente a <strong>Alcione</strong> y al marinero y<br />

ponerles centinelas de vista, aunque sin darles mal trato alguno, antes bien les proporcionaron copiosos<br />

manjares, a manera de grosero cebo.<br />

Tuvieron entonces los cautivos la penosa certidumbre de que los reservaban para otro festín, y<br />

echaron de ver que para salvar la vida, no les quedaba otro medio, que huir, amparados por el profundo<br />

sueño de los salvajes. Un centinela armado guardaba la choza en que estaban presos, pero también se<br />

había hartado como los demás y era de presumir que acabara por dormirse pesadamente. Sin embargo,<br />

nada podían hacer con el embarazo de las ligaduras que les sujetaban desde que los capturaron, sin otro<br />

alivio que un leve aflojamiento a las horas de comida. Además, estaban desnudos y enteramente inermes,<br />

pues todo se lo habían arrebatado los salvajes.<br />

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