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Las Ultimas Treinta Vidas De Alcione (C. W. Leadbeater)

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VIDA XXIV<br />

Nacimiento Duración Muerte Intervalo<br />

Vida<br />

Lugar de<br />

No. Año Años Año Años Sexo Nacimiento Raza Subraza<br />

24 4970 69 4901 866 F India V 1<br />

Llegamos ahora a una subserie de cuatro vidas, tres de las cuales, transcurridas en la India, parecen<br />

haber sido casi por entero destinadas a la extinción del karma pasado. Los Seres superiores no tomaron<br />

parte tan principal en estas vidas como en otras anteriores. En términos generales, parece que estas cuatro<br />

vidas fueron de preparación a las cuatro siguientes.<br />

Nació <strong>Alcione</strong> esta vez el año 4970 antes de J. C, en el reinezuelo de Tiraganga, vasallo de la<br />

poderosa monarquía de Sravasthi. Fue hija de antigua y noble familia, y le pusieron por nombre Manidevi.<br />

Su horóscopo le vaticinó muchos sufrimientos y que sería madre de un rey. Cuando niña, mostróse traviesa<br />

e impulsiva, y su educación se redujo a la lectura y escritura de innumerables textos, aunque también<br />

aprendió a tejer, guisar y otros menesteres de economía doméstica, aparte de la confección de ungüentos y<br />

pócimas medicinales con la ciencia de las hierbas.<br />

No denotaba <strong>Alcione</strong> inclinación al matrimonio; pero, a la edad conveniente, la casaron, sin consultar<br />

su deseo con Urano, sobrino del rajá, en lo que vieron sus padres un indicio de que se cumplirían los<br />

vaticinios del horóscopo. Por supuesto, que <strong>Alcione</strong> había oído hablar de esta profecía, y cuando le nació un<br />

robusto hijo (Helios), tuvo secreta esperanza de que llegase a ocupar el trono, no obstante su alejamiento de<br />

la línea hereditaria.<br />

Al cabo de algunos años tuvo una niña (Rigel), y después otro niño (Héctor); pero no tardó en morir<br />

su marido, cuya muerte quebrantó no poco las esperanzas horoscópicas. Si bien desde el punto de vista<br />

mundano este suceso imposibilitaba el cumplimiento de la predicción, todavía alimentaba <strong>Alcione</strong> la secreta<br />

confianza de que los dioses pusieran, por ignorados caminos, en vigor el decreto, y así cuidó de que su<br />

primogénito fuese hábil jinete, y supiera esgrimir la espada, con todas aquellas otras prendas que pudiesen<br />

realzar su figura a los ojos del pueblo.<br />

Por entonces murió repentinamente el viejo rajá Ceteo, que, por sus muchos años, parecía haber<br />

sobornado a la muerte, y su hijo y sucesor, Cáncer, dio pruebas más que sobradas de incapacidad y<br />

flaqueza. Su esposa Alastor, la nueva soberana, muy ambiciosa y astuta, como no tenía heredero, miraba<br />

con muy malos ojos al primogénito de <strong>Alcione</strong>, en el que veía un futuro pretendiente al trono. <strong>Alcione</strong> había<br />

de ir con mucho cuidado contra la suspicacia y procacidad de Alastor, quien andaba de continuo en busca de<br />

pretextos para perjudicarla. Sin embargo, de nuevo recobraron bríos las esperanzas de <strong>Alcione</strong>, porque, si<br />

bien el rajá era todavía joven para tener sucesión, su salud estaba tan quebrantada como su voluntad, y ni él<br />

ni la reina se habían podido captar las simpatías populares, por lo que pensaba <strong>Alcione</strong> que tal vez una de<br />

las kaleidoscópicas mudanzas, tan frecuentes en las cortes indas, deparase a su hijo la esperada corona.<br />

Sin embargo, al cumplir Helios dieciocho años, se derrumbó de un soplo y de la más extraña manera<br />

el castillo de esperanzas tan pacientemente levantado por <strong>Alcione</strong>. Sucedió, pues, que llegó a la ciudad un<br />

santo y muy famoso varón llamado Heracles, y movida por su ardiente religiosidad, ofrecióse <strong>Alcione</strong> a<br />

hospedar al peregrino. Estuvo Heracles en casa de <strong>Alcione</strong> unas cuantas semanas, y en este tiempo, no sólo<br />

sintió ella hacia él profunda reverencia e intenso afecto, sino que Helios quedó tan conmovido de la noble<br />

conducta del peregrino y de la hermosura de sus enseñanzas, que suplicóle le aceptara por discípulo, previo<br />

el consentimiento materno.<br />

En gran turbación puso a <strong>Alcione</strong> el deseo de su hijo, porque, por una parte, satisfacerlo equivalía a<br />

desvanecer el sueño de toda su vida, y, por otra parte, no dejaba de comprender la mucha honra que su hijo<br />

tendría en ser discípulo de tal maestro, quien de muy buen grado le aceptaba, diciendo que el muchacho<br />

hacía bien en tomar aquella determinación, con seguridad de grandes adelantamientos, por cuanto habían<br />

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