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Las Ultimas Treinta Vidas De Alcione (C. W. Leadbeater)

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vida pasada. Parecióle entonces tener como una débil vislumbre de alguna existencia anterior, cuando por<br />

breves instantes recordaba los primeros años de su vida, y pronto fue capaz de apartar su memoria de los<br />

sucesos de aquella época, hasta el punto de olvidar enteramente algunos pormenores.<br />

<strong>De</strong>svanecida la influencia astral de su padre, tuvo <strong>Alcione</strong> el incomparable placer de que otra vez se<br />

le apareciese en sueños el hierofante que se le había aparecido la misma noche de su llegada a casa de<br />

Aquiles. Esta vez le felicitó por su recién ganada libertad y prometióle ayuda y protección. Ella, por su<br />

parte, redobló el cariño que profesaba a Aquiles, así como también a los demás individuos de la familia y<br />

amigos de la casa, hasta el punto de considerarse hija adoptiva de aquel hospitalario hogar, en<br />

substitución de una hija de Aquiles ya casada. En efecto, todos la trataban con igual afecto que si<br />

verdaderamente hubiese tenido su propia sangre, y cuando murió Aquiles, le señalaron igual participación<br />

en la herencia, a pesar de su negativa en aceptarla, hasta que por fin accedió a recibir una parte menor, y<br />

continuó viviendo algunos años más con ellos.<br />

Vino tiempo en que los hijos de los hijos pasaron de la infancia y hubo necesidad de dar nueva<br />

distribución a los aposentos de la casa, por lo que <strong>Alcione</strong> se trasladó a otra vivienda de la misma<br />

heredad, en compañía de Cisne (nieto de Aquiles) y de su esposa Iris, a quienes sirvió de madre y<br />

consejera. No había decaído el interés de <strong>Alcione</strong> por las cuestiones religiosas, y como en aquel entonces<br />

estaba ya instruida en todo cuanto su amigo brahmán era capaz de enseñarle, deseaba ardientemente<br />

aprender puntos más trascendentales. Dijo el brahmán que sus luces no alcanzaban a tanto, pero dióle<br />

referencias de un santo varón que, en caso de vivir, todavía se bastaba para resolver cuantas dudas se le<br />

propusieran.<br />

Habló el brahmán muy reverentemente de aquel varón, de cuya boca bahía él aprendido cuanto<br />

sabía, y mucho más aprendiera, de seguro, según sospechaba, si hubiese podido comprender plenamente<br />

el significado de las palabras salidas de sus docentes labios. Con tan ardoroso entusiasmo hablaba el<br />

brahmán de aquel gurú, que después de muchas consultas resolvió <strong>Alcione</strong> ir en busca del santo varón, a<br />

pesar de la fatiga con que semejante viaje amenazaba a una mujer ya entrada en años como ella. La<br />

distancia era larga, y como desde muchos años atrás no había el brahmán oído hablar del gurú, no estaba<br />

seguro de sí aún viviría en el mismo paraje, sin que fuese posible averiguarlo con certeza. Sin embargo,<br />

<strong>Alcione</strong> insistió en emprender aquella extraña peregrinación, y por fin se determinó el mismo brahmán<br />

Vega en acompañarla con dos criados, uno de los cuales, llamado Bóreas, no es de otras vidas anteriores,<br />

ya descritas, desconocido al lector.<br />

<strong>De</strong>spués de varias vicisitudes y más de un mes de viaje, llegaron al templo regido por el instructor<br />

de Vega, y mucho se regocijaron al saber que aún vivía. Solicitaron audiencia y, concedida qué les fue,<br />

pudo Vega prosternarse de nuevo a los pies de su viejo instructor. Luego volvióse para presentarle a<br />

<strong>Alcione</strong>, pero quedó sorprendido al ver que ésta fijaba la vista en el instructor con indecible admiración y<br />

reverencia, como si le reconociese tras largo olvido, mientras que el instructor, a su vez, respondía<br />

sonriente a la mirada de <strong>Alcione</strong>, como si el rostro de ésta le fuese familiar, pocas palabras bastaron para<br />

dar a entender que el instructor era Mercurio, el mismo que por dos veces se le había aparecido en sueños,<br />

y esta circunstancia dio al asunto un cariz lo suficientemente favorable para establecer entre Mercurio y<br />

<strong>Alcione</strong> tanta intimidad como si hubiesen sido antiguos amigos.<br />

Entonces empezó para <strong>Alcione</strong> un feliz período de su vida, porque Mercurio satisfizo todas sus<br />

dudas y cumplió sus más ardientes deseos. A menudo hablábale el instructor de un muy lejano porvenir<br />

en que aprendería mucho más de lo sabido hasta allí, y transmitiría sus conocimientos a otros en beneficio<br />

de la Humanidad. Pero advirtióle que para esta labor eran necesarias muchas virtudes que ella aún no<br />

poseía, pues le faltaba agotar mucho karma, mediante la abnegación de sí y su sacrificio en bien de la<br />

Humanidad, hasta que al término de su esfuerzo se viese coronada por la victoria y por la paz. Vega hizo<br />

propósito de llamar a su mujer e hijos para permanecer el resto de la vida junto al instructor, y también se<br />

hubiera quedado allí <strong>Alcione</strong>, muy contenta de satisfacer sus nuevos afectos, si Mercurio no le dijese que<br />

otro era su destino, pues, por una parte, él estaría ya poco tiempo en el plaño físico, y, por otra, el deber<br />

de ella la llevaba al seno de la familia que la había acogido y adoptado.<br />

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