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Las Ultimas Treinta Vidas De Alcione (C. W. Leadbeater)

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cuidados de la madre, quien por efecto de la pena, agravada por la fatiga, también cayó enferma, y al<br />

recobrar la salud le participaron la muerte del niño y la ordinaria incineración del cadáver. Sin embargo,<br />

quedóse <strong>Alcione</strong> en sospecha del caso, y desde entonces anduvo el odio entremezclado con el temor que<br />

su padre le inspiraba. Lo sucedido fue (si bien <strong>Alcione</strong> jamás lo supo, por más que lo sospechara), que<br />

temeroso Ceteo de la cólera de la diosa, si consentía en privarla de la predestinada víctima, y<br />

fanáticamente convencido de que el niño era propiedad de ella, había propinado repetidas dosis de veneno<br />

lento a la criatura primero y a la madre después, para, al abrigo de la enfermedad de ésta, sacrificar por su<br />

propia mano á la criatura en aras de la sedienta divinidad.<br />

Los Sacrificios humanos eran de ritual en aquella horrible religión; y, sin embargo, tras la densa<br />

atmósfera de sus abominaciones se vislumbraban tenues reflejos de influencias lo suficientemente<br />

benéficas para señalar un origen más espiritual a la entonces degradada religión. La frase sacramental que<br />

el sacerdote pronunciaba solemnemente en el momento culminante del sacrificio humano, permitía<br />

entrever una débil reminiscencia de mejores tiempos, pues la primera parte de dicha frase recordaba en su<br />

entonación otra de los Upanishads. <strong>De</strong>cía poco más o menos como sigue: “<strong>De</strong> la tierra son el aliento y la<br />

sangre; pero ¿de dónde viene el alma? ¿Quién sostiene al que no ha nacido todavía? Los que en pasados<br />

tiempos estaban despiertos han muerto y nosotros despertamos a nuestra vez. Por la sangre que te<br />

ofrecemos óyenos y sálvanos. El aliento y la sangre te damos, salva tú el alma y dánosla en premio”.<br />

<strong>Las</strong> últimas palabras expresan, al parecer, la idea de que el alma o, acaso con más exactitud, el<br />

cuerpo astral de la víctima, se convertía en una de las obsesoras entidades de que la diosa se servía como<br />

de instrumentos de su adoración y degradado culto. Según hemos dicho, la mayor parte las fórmulas de<br />

encantamiento eran del todo incomprensibles y tenían mucho parecido con las actualmente empleadas en<br />

sus ceremonias por los negros del Vudú y de Obeah. Sin embargo, otras fórmulas llevaban algunas<br />

palabras sánscritas intercaladas y confundidas entre una serie de extrañas exclamaciones, cuya furiosa<br />

energía les daba seguramente terrible eficacia para el mal. Uno de los caracteres de esta fonética religiosa<br />

era el empleo de cacofónicas combinaciones de consonantes a las que sucesivamente se iban añadiendo<br />

las vocales. <strong>De</strong> esta manera se empleaban la sílaba “hrim” y la interjección “kshrang”. Entre esta grosera<br />

erupción de rencores aparecía un mal deseo expresado en la correcta frase sánscrita “Inshmâbhih<br />

mohanam bhavatu”. La fórmula ritualística terminaba con algunas peculiares maldiciones, cuya enérgica<br />

violencia es imposible de expresar claramente con los alfabetos ordinarios.<br />

La pobre <strong>Alcione</strong> llevó una vida sumamente miserable en medio de aquel caos de horrorosas<br />

obscenidades. Su marido era hombre astuto y malicioso, que abusaba de la credulidad del pueblo y solía<br />

embriagarse con opio. Pronto se arrepintió <strong>Alcione</strong> de haberse dejado arrebatar por los deseos de<br />

venganza que la habían prendido en aquella red de malicias; pero estaba demasiado cogida en ella para<br />

poder escapar, y aun eran frecuentes las ocasiones en que, dominada por la obsesión, la deleitaban los<br />

pensamientos de venganza. Por entonces murió su padre, y la familia no tuvo ya la influencia social que<br />

hasta allí había tenido.<br />

Sin embargo, aquel desnaturalizado padre era más temible muerto que vivo, porque concentró todas<br />

sus energías en el subplano inferior del mundo astral, y de este modo obsesionaba malignamente a su hija.<br />

Esta se percataba de la influencia, y aunque la resistía con todas sus fuerzas era impotente para vencerla,<br />

por lo que sufría indeciblemente, e insuperable repugnancia se apoderaba de su alma. La madre de<br />

<strong>Alcione</strong> y demás mujeres de la familia estaban también más o menos sometidas a la misma influencia<br />

maligna, que era para ellas cosa natural y corriente, hasta el punto de que se creían especialmente<br />

favorecidas y santificadas cuando la obsesión las llevaba a cometer las más temerosas acciones.<br />

Paralelamente a esta influencia psíquica se extendía en el plano físico un laberinto de la más<br />

ingeniosa y complicada traza. Durante años enteros estuvo en elaboración el nefando plan de apoderarse<br />

de la persona de Pólux, quien a la sazón estaba ya casado y tenía un precioso niño, llamado Tifis. Por fin<br />

cayeron padre e hijo en manos de la familia de <strong>Alcione</strong>, cuya madre y demás mujeres de la parentela,<br />

excitadas con mayor violencia que nunca por la influencia astral de Ceteo, recibieron las valiosas presas<br />

entre alaridos de odio y exclamaciones de infernal regocijo. <strong>Alcione</strong> sintió, el tremendo influjo de aquella<br />

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