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Las Ultimas Treinta Vidas De Alcione (C. W. Leadbeater)

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viento tan favorablemente por la noche, que le permitió adelantar un buen trecho. A la mañana siguiente<br />

había ya desaparecido tras el horizonte la hospitalaria aunque desierta isla, y se hallaba el nauta<br />

enteramente solo en la inmensidad del mar. Todo el día siguió navegando sin ningún incidente que<br />

alterase la monotonía de velas y remos, pero su provisión de frutas disminuía con alarmante rapidez.<br />

Otros tres días pasaron sin ocurrencia digna de registro, y ya escaseaban las provisiones de fruta y agua<br />

sin ningún indicio de proximidad de tierras continentales.<br />

Durante la noche siguiente bogaba <strong>Alcione</strong> a su acostumbrado andar, cuando de pronto le sobresaltó<br />

el brusco vaivén de la canoa, al paso que el velamen, desgajado violentamente del mástil, desaparecía en<br />

el espacio. Era una ventolera borrascosa que, acompañada de copioso chubasco, duró pocos minutos,<br />

aunque sí los bastantes para privarle de su principal medio de impulsión. Siguió después remando a<br />

intervalos en la medida de sus fuerzas, pero sin apresurarse demasiado, porque, después de todo, no sabía<br />

de cierto el rumbo que llevaba. Al día siguiente le mortificaron en extremo los ardores del sol de que<br />

hasta entonces le había resguardado el velamen, y llegó la hora en que, desfallecido de hambre, cayó en el<br />

sopor de la inanición, sin esperanza de salir en bien de tan angustioso trance. Por la noche, en visión o en<br />

sueños, pues su estado le anublaba los sentidos, se le apareció su padre Brhaspati de pie frente a él en la<br />

canoa y le infundió esperanza, diciéndole que todo aquel sufrimiento era kármico y tendría ciertamente<br />

dichoso fin. <strong>Las</strong> palabras de la visión reconfortaron muy mucho el desmayado ánimo de <strong>Alcione</strong> y le<br />

dieron fuerzas para seguir bogando dos días más, a cuyo término cayó enteramente desvanecido.<br />

Al recobrar el conocimiento, se vio a bordo de un buque mercante de menor porte y, aunque<br />

macilento y desfallecido, con vida y facultad bastante para mover labios y miembros. Los tripulantes y<br />

pasajeros del buque hablaban todos lenguas extrañas, por lo que se admiraba en extremo de verse a salvo<br />

en aquel lugar, sin acordarse de lo que le había ocurrido, ni siquiera por de pronto de su propio nombre.<br />

Los tripulantes del buque le trataban con ruda afabilidad y compartían con él sus groseras raciones, de<br />

suerte que poco a poco fue recuperando su personalidad, aunque no todavía la memoria. Era curioso el<br />

fenómeno, porque parecía como si sus cuerpos astral y etéreo se hubiesen desviado de soslayo a causa de<br />

los continuos sufrimientos, de modo que de nada le servían sus esfuerzos para recordar lo pasado. No<br />

comprendía nada de lo que le hablaban, y para darse a entender, le era preciso valerse de signos.<br />

Al cabo de algunos días arribó la nave a un puerto de aspecto importante, pero desconocido de<br />

<strong>Alcione</strong>, así como también la lengua del país, que no era en modo alguno indo, sino de la raza mongólica<br />

según todas las trazas, y más aún por los hombres de tez negra que salpicaban la población y tenían<br />

probablemente restos de sangre lemúrica en sus venas. Era <strong>Alcione</strong>, por lo tanto, a ojos vista, extranjero<br />

en tierra extraña, y aunque los bondadosos marineros le llevaron ante personajes al parecer constituidos<br />

en autoridad, a quienes explicaron lo sucedido, no presumía qué intentaban hacer de él. Le preguntaron<br />

muchas cosas a que sólo podía responder con inexpresivos movimientos de cabeza, pues aunque hubiera<br />

entendido el idioma, le fuera imposible decir nada respecto a su persona.<br />

En semejantes circunstancias ignoraba la suerte que le habían dispuesto aquellas gentes, pero los<br />

hechos le dieron a entender que quedaba bajo la esclavitud de cierto vecino de la ciudad, quien le empleó<br />

en ligeros trabajos agrícolas, que <strong>Alcione</strong> llevó a cabo con buena voluntad, en agradecimiento al pan que<br />

comía y al techo que le cobijaba, convencido de que, a menos de recordar más claramente su pasado,<br />

debía aceptar gustoso cuanto le aconteciese. Sin embargo, el decir que <strong>Alcione</strong> se esforzaba en recobrar la<br />

memoria no expresa exactamente la idea, pues ignoraba que hubiese de recobrar memoria alguna, aunque<br />

era intelectualmente consciente de que había de tener un pasado en su vida, como lo tenían los demás<br />

hombres, pero que él parecía haber olvidado.<br />

Poco a poco aprendió algunas palabras del idioma del país, si bien tardó mucho tiempo en poder<br />

contestar abiertamente a las preguntas que se le hacían. Entretanto, adelantó en sus trabajos a imitación de<br />

los otros esclavos, y supo cavar, escardar y labrar la tierra, así como también fue entendido en el cultivo<br />

de plantas muy semejantes a las que hoy llamamos algodón y caña de azúcar. En cuanto a salud corporal<br />

se llevaba perfectamente, y poco a poco repuso fuerzas, con la natural robustez de la edad viril, pero tardó<br />

más de un año y medio en recobrar la perdida menoría.<br />

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