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Las Ultimas Treinta Vidas De Alcione (C. W. Leadbeater)

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incomprensible. En cambio, el profesor de lenguas muertas pudo conversar corrientemente con ellos. El<br />

claustro universitario se interesó machismo en el admirable fenómeno psicológico de que daban muestra<br />

Mercurio y <strong>Alcione</strong>, quienes por lo mismo tuvieron un gracioso altercado con el catedrático de Historia,<br />

que argumentaba contra los recuerdos de sus huéspedes, diciendo que no eran exactos, por cuanto<br />

discrepaban de los textos históricos.<br />

<strong>Alcione</strong> vio con suma complacencia una estatua suya que, por supuesto, le representaba en la<br />

anterior encarnación, y con no poco trabajo recabó de la autoridad universitaria que inscribiese en el<br />

pedestal su presente nombre, indicando que era la reencarnación del fundador, con más la fecha de su<br />

visita a la Universidad. Tras minuciosa investigación de los archivos, accedieron las autoridades a la<br />

solicitación de <strong>Alcione</strong>, y lo singular del caso llamó la atención pública en toda la comarca, por lo que se<br />

acrecentó más aún la fama de la Universidad.<br />

Luego de cumplida la que les había traído, emprendieron el viaje de regreso, pero antes les mandó<br />

llamar el soberano del país, para invitarles a quedarse allí; a lo que respondió muy respetuosamente<br />

Mercurio, alegando los deberes que en su actual reencarnación habían de cumplir en Poseidonis.<br />

El viaje de regreso se realizó sin mayor novedad que la de un temporal, cuya violencia los apartó de<br />

la costa, y dióles ocasión de ver la gran ciudad de las Puertas de Oro, cuya magnificencia impresionó<br />

hondamente a <strong>Alcione</strong>, aunque Mercurio, advirtió que el ambiente moral de aquella urbe estaba infecto y<br />

corrompido. Aprovecharon la coyuntura para devolver la visita a Marte, quien los recibió muy<br />

afablemente y los retuvo dos meses a su lado. Por la influencia del ejemplo y la represión de siniestras<br />

inclinaciones, había mantenido Marte su corte en por lo menos externa honestidad, pero estaba<br />

firmemente convencido de la decadencia de la civilización tolteca, y sabía que gran parte de sus vasallos<br />

no disimulaban su descontento por las restricciones que les había impuesto. Veía, por otra parte, muy<br />

tenebroso el porvenir del imperio, y se congratulaba de que a sus descendientes les hubiera cabido en<br />

suerte una porción del continente, cuyos moradores, si bien solían ser egoístas y avariciosos, estaban<br />

libres de la magia negra y de las refinadas modalidades de sensualidad. Aun el mismo <strong>Alcione</strong>, a pesar de<br />

su juventud, notaba el maléfico influjo de la ciudad, no contrarrestado por su magnificencia, y así<br />

alegróse en extremo al llegar el día de proseguir el viaje.<br />

Interesáronle muy mucho a Marte los sorprendentes recuerdos que padre e hijo tenían de la<br />

Universidad norte-africana, y aunque él personalmente no recordaba nada de aquello, se veía con<br />

frecuencia en sueños conduciendo numerosas huestes a través de ingentes cordilleras, y pensaba que bien<br />

pudieran ser tales sueños recuerdos de empresas llevadas a cabo en alguna vida anterior. Al escuchar<br />

<strong>Alcione</strong> estas descripciones le parecía estar viendo aquéllas elevadas cumbres y aquellas semovientes<br />

multitudes conducidas por su bisabuelo, con muchos otros pormenores que sin duda recordara Marte, si<br />

no se hubiese mantenido <strong>Alcione</strong> tan reservado delante del emperador. <strong>De</strong>spués se lo describió todo a su<br />

padre, quien nada pudo recordar de ello porque, según sabemos, no estuvo en la emigración a que las<br />

visiones se referían.<br />

Restituidos por fin a su ciudad natal, el anciano Surya recibió a <strong>Alcione</strong> con ardiente bienvenida, y<br />

alegrase en extremo de oír de sus labios los recuerdos del pasado. Por esta circunstancia fue mirado<br />

<strong>Alcione</strong> en el Templo como el novicio que más esperanzas despertaba, y todos convinieron en que tenía<br />

ante él un grandioso porvenir. Quien más claramente prendía los progresos del joven sacerdote era Focea,<br />

la muchacha que algunos antes intentara atraérselo, y que ahora renovó el intento, deseosa de participar<br />

de su buena fortuna.<br />

Pero ya estaba <strong>Alcione</strong> poderosamente precavido contra las artimañas de Focea, y así fue que,<br />

apenas vuelto del viaje, se familiarizó con su prima Sirio, y tan rendidamente se prendó de ella, que<br />

propuso en su corazón tomarla cuanto antes en matrimonio. Sirio correspondió sin reservas a los<br />

sentimientos de <strong>Alcione</strong>, y también anhelaba casarse sin tardanza, pero tanto los padres de él como los de<br />

ella se alarmaron, al advertir un tan extraño caso “de amor fulminante”, y exigieron con suave energía<br />

que, por lo menos, se dilatara la boda hasta pasado un año. No tuvieron más remedio los novios que<br />

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