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Las Ultimas Treinta Vidas De Alcione (C. W. Leadbeater)

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donde las pruebas de su culpabilidad le abrumaron y confundieron por lo incontrovertiblemente<br />

evidentes, pues las heridas del cadáver demostraban haber sido causadas con el propio puñal de <strong>Alcione</strong>,<br />

que se encontró escondido en la alcoba del asesinado. Dos testigos juraron haberle visto entrar en casa de<br />

su tío la noche del crimen, y el mismo criado de la casa afirmó que, en efecto, había estado allí de visita y<br />

que al poco rato oyó como rumor de contienda y lastimeros gemidos que salían del aposento de su amo.<br />

Dijo además que no pudo prestar auxilio, por encontrarse con la puerta cerrada, sin conseguir abrirla hasta<br />

algunas horas después, pero que ya no vio allí a nadie y sí únicamente manchas de sangre a indicios de<br />

lucha.<br />

Otros testigos declararon haber visto a <strong>Alcione</strong> pocas horas después del hecho con un saco a<br />

cuestas, cuya carga bien podía ser un cuerpo humano, en dirección al paraje donde luego se encontró el<br />

cadáver que el criado aseguró ser el de su amo, pues, aunque por su larga permanencia en el fondo del<br />

agua, tenía ya la cara comida de peces y no era posible identificarlo rigurosamente, así se infería con toda<br />

probabilidad de las ropas y aspecto general del cadáver.<br />

Sin embargo, pruebas tan convincentes en apariencia no quebrantaron la confianza que el juez tenía<br />

en la inmaculada reputación de <strong>Alcione</strong>, y ya iba a diferir la sentencia hasta ulterior comprobación,<br />

cuando compareció otro testigo declarando que al pasar la noche de autos bajo las ventanas del muerto<br />

había oído un violento altercado, en el que resonaban con toda claridad las voces de <strong>Alcione</strong> y su tío,<br />

como si éste implorase misericordia y aquél, colérico, se la negase. Añadió el testigo que se detuvo hasta<br />

ver en qué paraba aquello, y a poco salió <strong>Alcione</strong> de la casa con el saco al hombro, según declaraban<br />

también otros testigos, notándose manchas de sangre en las ropas y un aire, de recelo y temor en su<br />

manera de andar. Prueba de todo ello era el manto de <strong>Alcione</strong> que, salpicado de sangre, presentaron al<br />

juez, por lo que éste, no sin repugnancia, pronunció sentencia de muerte, sintiendo que un hombre tan<br />

universalmente respetado durante tantos años, hubiese cometido en un momento de pasión tan horrendo<br />

crimen. <strong>Alcione</strong> insistió en protestar de su inocencia, pero como las pruebas eran irrefragables, quedóse<br />

anonadado hasta que al fin exclamó:<br />

“No creo que mi tío haya muerto; pero su desaparición me condena”.<br />

Lleváronle a la cárcel con orden de que al amanecer del día siguiente se cumpliese la sentencia.<br />

Aquella misma tarde fue a verle en su celda un sacerdote extranjero que regresaba a Egipto, y dos años<br />

antes había pasado por la ciudad en peregrinación a los más famosos santuarios de la India, hospedándose<br />

en casa de <strong>Alcione</strong> durante dos o tres semanas. Llamábase el extranjero Sarthon (pero nosotros le<br />

conocemos con el nombre de Mercurio) y estaba iniciado en los misterios egipcios. Habían platicado<br />

distintas veces él y <strong>Alcione</strong> sobre materias religiosas, con gran aprovechamiento de este último, que se<br />

sorprendió en extremo de la identidad de las religiones egipcia e hinduista, según las explicaba Sarthon,<br />

no obstante su aparente oposición.<br />

En aquella última noche de su vida recibió <strong>Alcione</strong> de Sarthon dulces consuelos y un especial<br />

mensaje de que le había encargado un Ser mucho más prestigioso que él mismo en los Misterios. Le<br />

participaba en aquel mensaje que, aunque su condena le pareciese injusta, no lo era en verdad, pues si<br />

bien no padeciese la pena de muerte por el supuesto asesinato de un hombre que aun estaba vivo, la<br />

merecía en cambio por otras acciones cometidas en existencias pasadas, y que, por lo tanto, le era preciso<br />

pagar voluntaria y serenamente esta última deuda, a fin de desembarazar su sendero de los obstáculos que<br />

lo obstruían, y entrar con plena libertad en el que conduce a la Oculta Luz y a la Labor Oculta. A esto<br />

añadió Sarthon:<br />

“Yo mismo, a quien diste hospitalidad, te conduciré de la mano por este sendero, según orden que<br />

recibí de Aquel a quien nadie puede desobedecer. Así, pues, desecha todo temor, porque todo es para tu<br />

bien, aunque no lo parezca, y tu mujer y tus hijos no sufrirán después de tu muerte”.<br />

Dicho esto desapareció en ademán de despedida, y a la mañana siguiente decapitaron a <strong>Alcione</strong>.<br />

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