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Las Ultimas Treinta Vidas De Alcione (C. W. Leadbeater)

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Algún tiempo tardó la hija de Cáncer en convencerse de la dureza de corazón de Pólux, y con la<br />

esperanza de ablandarlo demoró su determinación sobre el particular pero cuando al fin vino la realidad a<br />

desengañarla, rompió resueltamente sus relaciones amorosas y, confiándose a su madre, declaróle el<br />

estado en que Pólux la dejaba, e hizo voto de vengarse del hombre que la había ultrajado. Sorprendió en<br />

gran manera a Cáncer la confesión de su hija, y cuando supo el nombre del seductor se trocó en<br />

indignación la sorpresa, porque precisamente el padre de Pólux había deshonrado, tras parecidos<br />

embelecos, a una hermana de ella. Este relato acrecentó el enojo de <strong>Alcione</strong> hasta el extremo de<br />

confirmarla en su determinación de dedicar la vida entera a vengar cumplidamente su honra. Cáncer<br />

reveló entonces a su hija que en los secretos ritos de su religión podría hallar eficaces instrumentos de<br />

venganza, y en consecuencia puso ella todo su empeño en ser iniciada en las ceremonias del tenebroso<br />

culto.<br />

Cuando el padre se enteró del suceso, encolerizóse furiosamente, porque, según costumbre de la<br />

época, el nacimiento de un hijo ilegítimo sentenciaba a la madre a viudez vitalicia. Recriminó Ceteo<br />

ásperamente a su hija, pero al mismo tiempo concitóla más y más a la venganza, para lo cual le permitió<br />

aprender los secretos de su religión, que impresionaron profundamente a la neófita, como una pesadilla de<br />

horrores cuyo olvido hubiera sido un gran alivio para ella. A fin de ocultar cuanto antes el resultado de la<br />

ilícita cohabitación, insistió Ceteo en la necesidad de casar inmediatamente a <strong>Alcione</strong> con el sacerdote<br />

Escorpión, mucho mayor que ella, y hombre de repulsiva catadura y de demoniacas influencias.<br />

Por supuesto, <strong>Alcione</strong> miraba con horror al marido que las circunstancias le traían y estaban<br />

disgustadísima de cuanto a su alrededor sucedía, pero no tuvo más remedio que aceptarlo todo, como<br />

necesario instrumento de la venganza a que había jurado dedicar su vida. La actitud mental de <strong>Alcione</strong>, a<br />

fuerza de pensar tanto en el asunto, era por entonces del todo favorable a la receptividad de malignas<br />

influencias astrales, en forma de obsesión, práctica que se tenía por signo de rápido adelanto en las<br />

secretas enseñanzas de aquella abominable religión. <strong>De</strong>spués de jurar sigilo ante los coágulos de su propia<br />

sangre, aprendió <strong>Alcione</strong> de los maternos labios un plan especial de venganza que, según ella, no había<br />

fracasado ni una sola vez. Entre otros repugnantes pormenores, entrañaba ese plan el crimen de sacrificar<br />

en el altar de la diosa a su propio hijo, poco después que naciera. El rencor que contra Pólux sentía<br />

<strong>Alcione</strong> movióla a consentir en el infanticidio, llevada de la idea de que aquella criatura era de él; pero<br />

cuando al término del embarazo supo lo que era amor de madre, retractóse resueltamente del<br />

consentimiento dado para el sacrificio de su hijo.<br />

Ya habían comenzado las ceremonias, porque los sacerdotes pusieron por condición del horrible<br />

pacto que, ya antes de nacer, fuese la criatura destinada con la madre al servicio de la nefanda divinidad.<br />

La ceremonia culminante había de consistir en el sacrificio de la criatura sobre el altar de la diosa, entre<br />

espantables invocaciones, a cuyo eco esperaban que la imagen descendería del pedestal, para abrazar al<br />

sacrificador e infundirse en el cuerpo de éste, que ya entonces, como vehículo de la divinidad, estaría<br />

capacitado para consumir las carnes de la víctima, cuyo horrible alimento proporcionaba al sacrificador<br />

los mismos poderes que siglos después atribuyó la superstición medieval a la pata de cabra o pezuña de<br />

chivo, de suerte que todas, las puertas se abrirían ante su paso y ninguna criatura viviente osaría resistirle,<br />

con lo que, sin dificultad ni impedimento alguno, podría vengarse impunemente de quien quisiera, pues la<br />

diosa le velaría con invisible manto.<br />

Impelida por la sed de venganza y por la aún más irresistible violencia del medio ambiente, había<br />

tomado parte <strong>Alcione</strong> en el prólogo de aquel espantoso drama de hechicería; pero luego de nacido el niño,<br />

sintió profunda repugnancia de todo aquello, y no quiso llevar más allá su participación en las ceremonias<br />

sacrificiales. Su padre se puso furioso y ridiculizó mortificantemente la debilidad que la hacía indigna de<br />

los favores de la diosa. Además, alegaba Ceteo que el niño ya no era de la madre, sino de la divinidad a<br />

quien había sido consagrado, y, por lo tanto, reclamaba imperiosamente su entrega para ofrecerlo en aras<br />

de su legítima posesora. <strong>Alcione</strong> se resistió tenazmente a entregar la criatura, sin atemorizarse por la<br />

terrible y sombría cólera de su padre, quien insistió durante algún tiempo en su propósito hasta que de<br />

repente mudó de parecer, diciendo en tono sarcástico que ya encontraría otro medio de mantener los<br />

derechos de la diosa. Poco después cayó el niño enfermo y fue empeorando a pesar de los asiduos<br />

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