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Las Ultimas Treinta Vidas De Alcione (C. W. Leadbeater)

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correos de a pie en caso de alarma, con insuperable ventaja sobre los jinetes, pues ni podían ser tan<br />

fácilmente descubiertos, ni embarazaban su carrera las escabrosidades del camino.<br />

Durante los primeros días de la expedición cabalgaban paso a paso Marte y Psiquis, discutiendo<br />

futuros planes, y <strong>Alcione</strong> les acompañaba, a veces montado en una jaca montuna de firme paso,<br />

escuchando con suma atención sus pláticas; otras veces se atrevía a juntarse con los exploradores que iban<br />

a la cabeza de la expedición, y no pocas emprendía el galope para reunirse con su madre Arturo en el<br />

centro de la caravana, para atenderla con solícito cuidado en todas sus necesidades, contarle divertidas<br />

anécdotas de la expedición y confiarle al oído sus sueños y esperanzas. Albireo y Leto le acompañaban en<br />

las cabalgatas menos peligrosas, pero el hermano menor, Ayax, iba a la grupa sostenido firmemente por<br />

<strong>Alcione</strong>, con quien gozoso departía. Los hijos de Cabrilla se juntaron a la joven partida, y no pocas veces<br />

les acompañaron las hijas, que sabían cabalgar a horcajadas como los hombres. Héctor, la hija mayor de<br />

Cabrilla, llegó a ser la compañera predilecta de Albireo, mientras que <strong>Alcione</strong> se enamoró rendidamente<br />

de Rigel, hija de Betelgeuze. Ambas parejas contrajeron matrimonio antes de que la expedición alcanzase<br />

la llanura, al paso que la familia de Marte había aumentado con dos hijos, Siwa y Mizar, y tres hijas<br />

Osiris Píndaro y Andrómeda.<br />

Al cabo de quince años de éxodo, llegó la hueste de Marte a la llanura, en donde los grupos<br />

delanteros acamparon en espera de los zagueros, hasta que todos se reunieron en un solo cuerpo. <strong>De</strong><br />

cuando en cuando hacían los jóvenes atrevidas incursiones en las comarcas aledañas, y varias veces<br />

reconvino Marte a su primogénito Heracles por lo imprecavido de aquellas correrías en países extraños.<br />

Era el muchacho de carácter impetuoso y porfiado, por lo que supuso que su padre exageraba los riesgos<br />

de las correrías; pero muy pronto recibió duro escarmiento, porque un día cayeron él y los suyos en una<br />

emboscada, y se vieron de pronto rodeados de enemigos. Heracles acometióles animosamente, con<br />

intento de romper el cerco, pero fue rechazado repetidas veces, y ya parecía perdido sin remedio, cuando<br />

un escuadrón de jinetes cargó sobre los sitiadores disparándoles una lluvia de flechas. Siguiese a esto un<br />

confuso combate, en que se entremezclaron los dos bandos, y Heracles cayó, maltrecho y desvanecido,<br />

con el caballo sobre su cuerpo, de modo que allí acabaran con él los contrarios, si <strong>Alcione</strong> y dos de los<br />

suyos, advertidos por la estampa del caballo, no acudieran a recoger al caído jinete.<br />

Fue el caso que <strong>Alcione</strong> se había corrido hacia Oriente, en demanda de la columna de Vulcano,<br />

cuya llegada se aguardaba, y encontróse en el camino con otro destacamento análogo que, al mando de<br />

Vajra, había salido a explorar la ruta occidental. Juntáronse ambos destacamentos, muy gozosos de verse<br />

reunidos, y regresaban a las tiendas de Marte, cuando la perspicaz vista de Vajra descubrió a lo lejos una<br />

densa nube de polvo. Tuvo <strong>Alcione</strong> entonces el repentino presentimiento de que peligraba Heracles, y<br />

excitó a su compañero a que apresurase el paso, con lo que llegaron a punto de evitar el exterminio de la<br />

partida. <strong>Alcione</strong> cargó con el desvanecido cuerpo de Heracles, hasta depositarlo a los pies de Neptuno,<br />

quien no tardó en devolver la salud a su robusto hijo, pero Marte aprovechó la ocasión para recordar a<br />

Heracles las advertencias anteriores, representándole de paso que <strong>Alcione</strong> no era temerario y no por ello,<br />

dejaba de ser valiente.<br />

Reunidas, por fin, las dos columnas de la expedición, los hábiles caudillos resolvieron encaminarse<br />

hacia el Sur en demanda de tierra a propósito para establecerse definitivamente, dejando las mujeres y los<br />

niños en un campamento atrincherado, que ocupaba una vasta área a mitad del camino, entre las<br />

modernas ciudades de Jammu y Gujranwallah, con la tropa suficiente para rechazar cualquier ataque. El<br />

campamento, tomó muy pronto carácter de ciudad, y los emigrantes cultivaron la tierra, para apacentar<br />

sus ganados y cosechar cereales en el mismo recinto fortificado.<br />

Por fin llegaron los expedicionarios a un país poblado y floreciente, con grandes y cultas ciudades,<br />

cuyos moradores alcanzaban superior grado de civilización, y que tal vez por ello eran en extremo<br />

muelles, e indolentes.<br />

Parece que una de las inmigraciones de los arios se estableció en tierras yermas, y después de<br />

muchos combates y negociaciones, lograron mezclarse con los civilizados habitantes de las ciudades,<br />

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