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Las Ultimas Treinta Vidas De Alcione (C. W. Leadbeater)

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Rudo había sido el golpe y sin remedio enfermara <strong>Alcione</strong> en consecuencia, a no ser por una visión<br />

que tuvo aquella misma noche. Apareciósele un hombre de continente imperioso y maravillosa distinción<br />

(Mercurio), que le dirigió palabras de consuelo y aliento, diciéndole que su pavorosa vida pasada tenía<br />

dos aspectos, de los cuales estaba ella del todo inconsciente. En primer lugar, con sus terribles<br />

sufrimientos había satisfecho culpas remanentes de existencias ya muy pretéritas, y de esta suerte se<br />

presentaba desembarazado el camino para ulteriores progresos; y, en segundo lugar, que todo ello ponía a<br />

prueba su voluntad para conocer si, en aquella etapa de su evolución, era capaz de sobreponerse a las<br />

maléficas influencias de un medio ambiente en extremo nocivo.<br />

Congratulóse Mercurio de que <strong>Alcione</strong> se hubiera determinado a romper felizmente el cerco que la<br />

aprisionaba, y le auguró un porvenir de mucho adelanto y progreso. Díjole también que era muy largo el<br />

camino abierto ante ella y describióle hermosamente los dos senderos de perfección: el liso y el lento, que<br />

serpentea alrededor de la montaña, y el más rápido, pero áspero y escarpado, que se extiende ante<br />

quienes, por amor a Dios y a los hombres, se entregan voluntariamente al bien de sus hermanos.<br />

Aseguróle, además, que si tal era su anhelo, le deparaba en lo futuro la oportunidad de entrar en el<br />

sendero corto y áspero, y qué en caso de escogerlo, sería la tarea muy ardua, pero la recompensa<br />

sobrepujaría a toda esperanza.<br />

Impresionó profundamente a <strong>Alcione</strong> esta visión, y desde entonces tuvo grabadas en su memoria las<br />

palabras y el semblante del aparecido instructor, sintiéndose con el necesario ardimiento para escoger el<br />

sendero escabroso cuando la oportunidad llegase.<br />

A la mañana siguiente refirió <strong>Alcione</strong> a su bondadosa huésped la visión que había tenido, de lo que<br />

no poco se maravilló ésta, pues corroboraba las impresiones que personalmente y por su parte había<br />

recibido.<br />

Produjo todo ello favorables efectos en el plano físico, pues desde entonces estuvo <strong>Alcione</strong> mucho<br />

mejor de cuanto hubiera podido imaginar. Su padre la conturbaba gravemente desde el plano astral con<br />

pertinaz intento de recobrar su perdido dominio, pero <strong>Alcione</strong> recurría a las latentes reservas de su<br />

voluntad para rechazar vigorosamente la maléfica influencia sin la menor vacilación ni titubeo, y<br />

convencida de que acaso muriera de resultas de su vigorosa resistencia contra la obsesión, pero, en<br />

cambio, se libraría para siempre de ella. Durante algunos meses prosiguió luchando <strong>Alcione</strong> a intervalos,<br />

y en toda circunstancia tenía ante sí la imagen del venerable instructor, cuyas palabras, todavía<br />

resonantes, la llenaban de fortaleza y esperanza.<br />

Todo este tiempo estuvo <strong>Alcione</strong> en casa de su cariñosa huésped, quien no consentía en verla<br />

marchar ni que le hablase de intereses económicos. Aparte de la influencia astral, gozaba <strong>Alcione</strong> de<br />

tranquilidad de ánimo, pues su marido nada había hecho declaradamente para reclamarla, como si toda la<br />

familia la creyera muerta, por haberse encontrado el cadáver de una mujer cuyas señas coincidían<br />

vagamente con las suyas. Aquiles insistía en afirmar que los dioses habían encaminado los pasos de<br />

<strong>Alcione</strong> hacia su casa, y que por lo tanto, la aceptaba como don de los dioses. <strong>Alcione</strong> agradeció en<br />

extremo tan fina amabilidad y puso todo su empeño en ser útil de algún modo a su bienhechora. Entonces<br />

empezó <strong>Alcione</strong> a instruirse en la religión de los arios, que fue muy de su gusto después de los horrores<br />

de su primera educación. <strong>De</strong>dicaba <strong>Alcione</strong> mucho tiempo a estudios religiosos, y pronto llegó a estar<br />

más instruida que su misma huésped.<br />

En aquel tiempo parece que no se había escrito gran cosa sobre materias religiosas, pero <strong>Alcione</strong><br />

recibió utilísimas enseñanzas de un brahmán (Vega), a quien conoció en ocasión de estar éste de visita en<br />

casa de Aquiles. Mucho le conmovieron a Vega los sufrimientos de <strong>Alcione</strong> en la primera parte de su<br />

vida. Le enseñó gran número de himnos, algunos muy bellos, y todos de elevada moral y de tema a<br />

propósito para el caso. <strong>Las</strong> opiniones de Vega eran, en conjunto, sanas y sentimentales, aunque en ciertos<br />

pormenores pecaban de limitadas y exclusivistas. Su esposa Auriga era también valioso auxiliar de<br />

<strong>Alcione</strong>, porque le interesaban en extremo las cuestiones religiosas. Al cabo de un año desistió el padre de<br />

ejercer su influencia astral, y <strong>Alcione</strong> se dio cuenta de que estaba ya desligada por completo de su mala<br />

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