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Claudio Lara Cortés<br />
del dólar no fue puesta en cuestión como muchos economistas pensaban. Más bien se reafirmó,<br />
de acuerdo a Benjamín J. Cohen (2009: 742). Tras el derrumbe de Lehman Brothers, los capitales<br />
globales se volcaron en masa otra vez al dólar en busca de un ‘refugio seguro’. Hacia fines de 2008,<br />
la demanda mundial de Bonos del Tesoro estadounidense fue tan intensa que las tasas cayeron por<br />
debajo de cero.<br />
No obstante, Cohen, al igual que muchos otros economistas, soslaya el hecho de que dicha maniobra<br />
fue más bien una respuesta al fracaso del sistema global de reservas que no era capaz de asegurar en<br />
ese momento la suficiente liquidez internacional para llevar a cabo los intercambios de mercancías y<br />
los flujos de capitales, debido a la severa escasez de dólares. El acceso a los mercados inter-bancarios<br />
globales estaba muy restringido y los costos de acceder a dólares aumentaron enormemente. Las<br />
autoridades estadounidenses respondieron a este ‘congelamiento’ recurriendo al canje de dólares<br />
(swaps) con otros bancos centrales a escalas sin precedentes, y en montos ilimitados con los principales<br />
de ellos (Lee, 2010: 1). Este acontecimiento tendrá grandes implicancias no sólo para la<br />
propagación de la crisis a nivel global, sino además para las estrategias monetarias de países como<br />
China y Japón, que también deciden canjear sus monedas con otros bancos centrales, como veremos<br />
más adelante.<br />
Dicha situación se reflejará en la posición internacional del dólar. En efecto, en el último trimestre<br />
de 2008 el dólar explicaba el 64,1% del valor total mundial de las monedas de reserva, cayendo en<br />
2,7 puntos porcentuales a fines de 2010. Esta importante caída del dólar fue más pronunciada en el<br />
valor total de las monedas de reserva de los países desarrollados. Igual situación ocurre en términos<br />
de cantidad (Bagnall, 2011). Estos bruscos cambios, que aparecen de forma cada vez más recurrente,<br />
provocan que el futuro del dólar siga generando encendidas polémicas (Helleiner and Kirshner,<br />
2009: 6-7), más aún ante la evolución del euro o la emergencia de otras monedas.<br />
El euro tambalea con la crisis mundial<br />
Es sabido que el euro fue introducido en 1999 con la clara pretensión de transformarlo en el verdadero<br />
retador del dólar después de los intentos fallidos del yen en los años ochenta. El euro es resultado<br />
de una alianza de Estados y su puesta en marcha suponía al menos tres cuestiones básicas: “primero,<br />
un Banco Central independiente con plenas atribuciones sobre la política monetaria y presidiendo<br />
a un mercado monetario homogéneo para los bancos; segundo, rigurosidad fiscal severa impuesta<br />
a través del Pacto de Estabilidad y Crecimiento; tercero, presión implacable sobre los salarios de los<br />
trabajadores y condiciones para asegurar la competitividad del capital europeo” (Costas Lapavitsas<br />
y otros, 2010: 36-37).<br />
Por su parte, Carchedi (2001: 158) sostenía que “. . . una moneda única debería incentivar la competitividad<br />
y acelerar la integración de los mercados financieros europeos ahora liberalizados, haciéndolos<br />
más profundos y líquidos y, de este modo, deberían potencialmente fortalecer el peso<br />
monetario de Europa en el mercado mundial”.<br />
Carchedi tenía razón desde esa perspectiva, ya que a partir de su adopción el euro logró significativos<br />
avances en sus propósitos por convertir en realidad dicha pretensión, particularmente en las<br />
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