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¿Los condenados del capital? Rentismo, reprimarización y extractivismo<br />
formulación de las teorías neoconstitucionalistas y neoinstitucionalistas y la formación de una red<br />
de instituciones y de intelectuales dentro de estas visiones.<br />
Nuevas hegemonías<br />
No hay propuesta, programa, proyecto, sin sujeto. La hegemonía implica la construcción de una<br />
nueva unidad orgánica entre la base económica y la superestructura política, una nueva visión del<br />
mundo y una forma de vida; y la construcción de un bloque histórico, de una fuerza hegemónica,<br />
que está formada por una alianza en el poder, el acuerdo arriba, y la participación-subordinación<br />
consensual de los de abajo, la aceptación por las clases subalternas de la visión del mundo y de la vida<br />
de los de arriba como el sentido común de la sociedad.<br />
Pero esta construcción no se da en forma lineal, unidireccional; enfrenta la resistencia y la disputa de<br />
las fuerzas contra-hegemónicas, que buscan construir los dos procesos desde abajo, desde el modo<br />
de vida y la visión del mundo de las clases subalternas; sujetos políticos “con la potencialidad de<br />
constituirse en hegemonía; aunque ésta sea siempre una hegemonía precaria y opuesta al interés del<br />
capital.” (Villalobos-Ruminott, 2011: 21)<br />
Estos procesos se complejizan en los Estados periféricos, como los de nuestra América, por la complejidad<br />
estructural interna y por su ubicación en la cadena imperialista, en dos perspectivas: la<br />
“sobrecarga” de funciones sobre el Estado, pues además de actuar como espacio de lucha por la hegemonía<br />
hacia adentro, también es el eslabón de la relación con los poderes hegemónicos mundiales.<br />
Hay una diferenciación clave entre un centro que se caracteriza por el “descongestionamiento” de<br />
las contradicciones, y la periferia en donde “se acumulan las contradicciones” (Cueva, 2012: 143ss).<br />
La combinación de la “complejidad estructural” (Cueva, 2012) interna –la presencia de sociedades<br />
“abigarradas” (Zavaleta, 2006: 34ss), marcadas por la persistencia de un “ethos barroco” (Echeverría,<br />
1998)–, con las presiones de las relaciones externas, reforzadas a partir de la condiciones<br />
actuales de globalización del capital y del poder, lleva a que estructuralmente se presente una especie<br />
de Estado de excepción permanente (Cueva, 2012) y que la hegemonía no se realice integralmente.<br />
Estamos ante diversas formas de hegemonía trunca, con el predominio de los Estados, de la sociedad<br />
política, sobre la sociedad civil (Laclau); estamos ante el predominio permanente de la “vía junker”<br />
para la modernización del Estado y la economía, con lapsos cortos de juegos hegemónicos y contrahegemónicos,<br />
en los períodos constituyentes.<br />
No podemos encontrar una lógica central de hegemonía, sino que encontramos la superposición<br />
de diversas formas, en los diversos niveles; no hay hegemonía, sino hegemonías superpuestas. No<br />
se trata de la hegemonía en la diversidad, sino de la hegemonía de la diversidad (Zavaleta, 2006),<br />
con diversos niveles de contradicciones y juegos políticos. La forma de actuación de los Estados en<br />
América Latina, sobre todo en los países con mayor complejidad estructural, como los andinos,<br />
combinan formas “bonapartistas, populistas y autoritarias” (Zavaleta, 2006) a las cuales se pueden<br />
superponer nuevas formas de hegemonía en los Estados “posliberales” en torno a la construcción de<br />
gérmenes de poder popular. Una pista de esta superposición está en la tendencia a formas bonapartistas<br />
en el tratamiento de las contradicciones arriba (hegemonía 1), un tratamiento populistas en<br />
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