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El Conflicto de los Siglos por Elena G de White [Edicion Completa]

Se recrudece una guerra espiritual. Embatallados en El Conflicto de los Siglos, desde la eternidad pasada hasta los tiempos actuales, se están luchando dos fuerzas una contra el otra por la soberanía universal. Este libro se explica cómo inició la guerra, cómo llegará el punto culminante y cómo se terminará. Con desarrollos muy chocantes que pican la mente y despiertan las ascuas del alma, también la obra ilumina la visión y da revelación acerca de la manipulación espiritual, la política mundial, los regímenes represivos, los movimientos religiosos, los derechos y las libertades amenazados y la decodificación del misterio de la profecía.

Se recrudece una guerra espiritual. Embatallados en El Conflicto de los Siglos, desde la eternidad pasada hasta los tiempos actuales, se están luchando dos fuerzas una contra el otra por la soberanía universal. Este libro se explica cómo inició la guerra, cómo llegará el punto culminante y cómo se terminará. Con desarrollos muy chocantes que pican la mente y despiertan las ascuas del alma, también la obra ilumina la visión y da revelación acerca de la manipulación espiritual, la política mundial, los regímenes represivos, los movimientos religiosos, los derechos y las libertades amenazados y la decodificación del misterio de la profecía.

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<strong>El</strong> <strong>Conflicto</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> Sig<strong>los</strong><br />

entrañaba un doble significado: al par que anunciaba la ruina <strong>de</strong> Jerusalén presagiaba también <strong>los</strong><br />

horrores <strong>de</strong>l gran día final.<br />

Jesús <strong>de</strong>claró a <strong>los</strong> discípu<strong>los</strong> <strong>los</strong> castigos que iban a caer sobre el apóstata Israel y especialmente<br />

<strong>los</strong> que <strong>de</strong>bería sufrir <strong>por</strong> haber rechazado y crucificado al Mesías. Iban a producirse señales inequívocas,<br />

precursoras <strong>de</strong>l espantoso <strong>de</strong>senlace. La hora aciaga llegaría presta y repentinamente. Y el Salvador<br />

advirtió a sus discípu<strong>los</strong>: "Por tanto, cuando viereis la abominación <strong>de</strong>l asolamiento, que fue dicha <strong>por</strong><br />

Daniel profeta, que estará en el lugar santo (el que lee, entienda), entonces <strong>los</strong> que están en Ju<strong>de</strong>a, huyan<br />

a <strong>los</strong> montes." (S. Mateo 24: 15, 16; S. Lucas 21: 20.) Tan pronto como <strong>los</strong> estandartes <strong>de</strong>l ejército<br />

romano idólatra fuesen clavados en el suelo sagrado, que se extendía varios estadios más allá <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

muros, <strong>los</strong> creyentes en Cristo <strong>de</strong>bían huir a un lugar seguro. Al ver la señal preventiva, todos <strong>los</strong> que<br />

quisieran escapar <strong>de</strong>bían hacerlo sin tardar. Tanto en tierra <strong>de</strong> Ju<strong>de</strong>a como en la propia ciudad <strong>de</strong><br />

Jerusalén el aviso <strong>de</strong> la fuga <strong>de</strong>bía ser aprovechado en el acto.<br />

Todo el que se hallase en aquel instante en el tejado <strong>de</strong> su casa no <strong>de</strong>bía entrar en ella ni para<br />

tomar consigo <strong>los</strong> más valiosos tesoros; <strong>los</strong> que trabajaran en el campo y en <strong>los</strong> viñedos no <strong>de</strong>bían per<strong>de</strong>r<br />

tiempo en volver <strong>por</strong> las túnicas que se hubiesen quitado para sobrellevar mejor el calor y la faena <strong>de</strong>l<br />

día. Todos <strong>de</strong>bían marcharse sin tardar si no querían verse envueltos en la ruina general. Durante el<br />

reinado <strong>de</strong> Hero<strong>de</strong>s, la ciudad <strong>de</strong> Jerusalén no sólo había sido notablemente embellecida, sino también<br />

fortalecida. Se erigieron torres, muros y fortalezas que, unidos a la ventajosa situación topográfica <strong>de</strong>l<br />

lugar, la hacían aparentemente inexpugnable. Si en aquel<strong>los</strong> días alguien hubiese predicho públicamente<br />

la <strong>de</strong>strucción <strong>de</strong> la ciudad, sin duda habría sido consi<strong>de</strong>rado cual lo fuera Noé en su tiempo: como<br />

alarmista insensato. Pero Cristo había dicho: "<strong>El</strong> cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán."<br />

(S. Mateo 24: 35.) La ira <strong>de</strong>l Señor se había <strong>de</strong>clarado contra Jerusalén a causa <strong>de</strong> sus pecados, y su<br />

obstinada incredulidad hizo inevitable su con<strong>de</strong>nación. <strong>El</strong> Señor había dicho <strong>por</strong> el profeta Miqueas:<br />

"Oíd ahora esto, cabezas <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Jacob, y capitanes <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Israel, que abomináis el juicio, y<br />

pervertís todo el <strong>de</strong>recho; que edificáis a Sión con sangre, y a Jerusalem con injusticia; sus cabezas<br />

juzgan <strong>por</strong> cohecho, y sus sacerdotes enseñan <strong>por</strong> precio, y sus profetas adivinan <strong>por</strong> dinero; y apóyanse<br />

en Jehová diciendo: ¿No está Jehová entre nosotros? No vendrá mal sobre nosotros." (Miqueas 3: 911.)<br />

Estas palabras dan una i<strong>de</strong>a cabal <strong>de</strong> cuán corruptos eran <strong>los</strong> moradores <strong>de</strong> Jerusalén y <strong>de</strong> cuán<br />

justos se consi<strong>de</strong>raban. A la vez que se <strong>de</strong>cían escrupu<strong>los</strong>os observadores <strong>de</strong> la ley <strong>de</strong> Dios, quebrantaban<br />

todos sus preceptos. La pureza <strong>de</strong> Cristo y su santidad hacían resaltar la iniquidad <strong>de</strong> el<strong>los</strong>; <strong>por</strong> eso le<br />

aborrecían y le señalaban como el causante <strong>de</strong> todas las <strong>de</strong>sgracias que les habían sobrevenido como<br />

consecuencia <strong>de</strong> su maldad. Aunque harto sabían que Cristo no tenía pecado, <strong>de</strong>clararon que su muerte<br />

era necesaria para la seguridad <strong>de</strong> la nación. Los príncipes <strong>de</strong> <strong>los</strong> sacerdotes y <strong>los</strong> fariseos <strong>de</strong>cían; "Si le<br />

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