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El Conflicto de los Siglos por Elena G de White [Edicion Completa]

Se recrudece una guerra espiritual. Embatallados en El Conflicto de los Siglos, desde la eternidad pasada hasta los tiempos actuales, se están luchando dos fuerzas una contra el otra por la soberanía universal. Este libro se explica cómo inició la guerra, cómo llegará el punto culminante y cómo se terminará. Con desarrollos muy chocantes que pican la mente y despiertan las ascuas del alma, también la obra ilumina la visión y da revelación acerca de la manipulación espiritual, la política mundial, los regímenes represivos, los movimientos religiosos, los derechos y las libertades amenazados y la decodificación del misterio de la profecía.

Se recrudece una guerra espiritual. Embatallados en El Conflicto de los Siglos, desde la eternidad pasada hasta los tiempos actuales, se están luchando dos fuerzas una contra el otra por la soberanía universal. Este libro se explica cómo inició la guerra, cómo llegará el punto culminante y cómo se terminará. Con desarrollos muy chocantes que pican la mente y despiertan las ascuas del alma, también la obra ilumina la visión y da revelación acerca de la manipulación espiritual, la política mundial, los regímenes represivos, los movimientos religiosos, los derechos y las libertades amenazados y la decodificación del misterio de la profecía.

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<strong>El</strong> <strong>Conflicto</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> Sig<strong>los</strong><br />

<strong>de</strong>jado engañar. Pero para po<strong>de</strong>rlo sujetar bajo el dominio <strong>de</strong>l papado, y para acrecentar el po<strong>de</strong>río y <strong>los</strong><br />

tesoros <strong>de</strong> <strong>los</strong> ambiciosos jefes <strong>de</strong> la iglesia, se le había privado <strong>de</strong> la Escritura. (Véase Gieseler, A<br />

Compendium of Ecclesiastical History, período 4, sec. I, párr. 5.) Cuando entraba Tetzel en una ciudad,<br />

iba <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él un mensajero gritando: "La gracia <strong>de</strong> Dios y la <strong>de</strong>l padre santo están a las puertas <strong>de</strong> la<br />

ciudad." —D'Aubigné, lib. 3, cap. 1. Y el pueblo recibía al blasfemo usurpador como si hubiera sido el<br />

mismo Dios que hubiera <strong>de</strong>scendido <strong>de</strong>l cielo.<br />

<strong>El</strong> infame tráfico se establecía en la iglesia, y Tetzel pon<strong>de</strong>raba las indulgencias <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el púlpito<br />

como si hubiesen sido el más precioso don <strong>de</strong> Dios. Declaraba que en virtud <strong>de</strong> <strong>los</strong> certificados <strong>de</strong><br />

perdón que ofrecía, quedábanle perdonados al que comprara las indulgencias aun aquel<strong>los</strong> pecados que<br />

<strong>de</strong>sease cometer <strong>de</strong>spués, y que "ni aun el arrepentimiento era necesario." —Ibid. Hasta aseguraba a sus<br />

oyentes que las indulgencias tenían po<strong>de</strong>r para salvar no sólo a <strong>los</strong> vivos sino también a <strong>los</strong> muertos, y<br />

que en el instante en que las monedas resonaran al caer en el fondo <strong>de</strong> su cofre, el alma <strong>por</strong> la cual se<br />

hacía el pago escaparía <strong>de</strong>l purgatorio y se dirigiría al cielo. (Véase Hagenbach, History of the<br />

Reformation, tomo I , pág. 96.) Cuando Simón el Mago intentó comprar a <strong>los</strong> apóstoles el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> hacer<br />

milagros, Pedro le respondió: " Tu dinero perezca contigo, que piensas que el don <strong>de</strong> Dios se gane <strong>por</strong><br />

dinero." (Hechos 8:20.) Pero millares <strong>de</strong> personas aceptaban ávidamente el ofrecimiento <strong>de</strong> Tetzel. Sus<br />

arcas se llenaban <strong>de</strong> oro y plata. Una salvación que podía comprarse con dinero era más fácil <strong>de</strong> obtener<br />

que la que requería arrepentimiento, fe y un diligente esfuerzo para resistir y vencer el mal. (Véase el<br />

Apéndice.) La doctrina <strong>de</strong> las indulgencias había encontrado opositores entre hombres instruídos y<br />

piadosos <strong>de</strong>l seno mismo <strong>de</strong> la iglesia <strong>de</strong> Roma, y eran muchos <strong>los</strong> que no tenían fe en asertos tan<br />

contrarios a la razón y a las Escrituras. Ningún prelado se atrevía a levantar la voz para con<strong>de</strong>nar el<br />

inicuo tráfico, pero <strong>los</strong> hombres empezaban a turbarse y a inquietarse, y muchos se preguntaban<br />

ansiosamente si Dios no obraría <strong>por</strong> medio <strong>de</strong> alguno <strong>de</strong> sus siervos para purificar su iglesia.<br />

Lutero, aunque seguía adhiriéndose estrictamente al papa, estaba horrorizado <strong>por</strong> las blasfemas<br />

<strong>de</strong>claraciones <strong>de</strong> <strong>los</strong> traficantes en indulgencias. Muchos <strong>de</strong> sus feligreses habían comprado certificados<br />

<strong>de</strong> perdón y no tardaron en acudir a su pastor para confesar sus pecados esperando <strong>de</strong> él la absolución,<br />

no <strong>por</strong>que fueran penitentes y <strong>de</strong>searan cambiar <strong>de</strong> vida, sino <strong>por</strong> el mérito <strong>de</strong> las indulgencias. Lutero<br />

les negó la absolución y les advirtió que como no se arrepintiesen y no reformasen su vida morirían en<br />

sus pecados. Llenos <strong>de</strong> perplejidad recurrieron a Tetzel para quejarse <strong>de</strong> que su confesor no aceptaba <strong>los</strong><br />

certificados; y hubo algunos que con toda energía exigieron que les <strong>de</strong>volviese su dinero. <strong>El</strong> fraile se<br />

llenó <strong>de</strong> ira. Lanzó las más terribles maldiciones, hizo encen<strong>de</strong>r hogueras en las plazas públicas, y <strong>de</strong>claró<br />

que "había recibido <strong>de</strong>l papa la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> quemar a <strong>los</strong> herejes que osaran levantarse contra sus santísimas<br />

indulgencias." (D'Aubigné, lib. 3, cap. 4.)<br />

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