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El Conflicto de los Siglos por Elena G de White [Edicion Completa]

Se recrudece una guerra espiritual. Embatallados en El Conflicto de los Siglos, desde la eternidad pasada hasta los tiempos actuales, se están luchando dos fuerzas una contra el otra por la soberanía universal. Este libro se explica cómo inició la guerra, cómo llegará el punto culminante y cómo se terminará. Con desarrollos muy chocantes que pican la mente y despiertan las ascuas del alma, también la obra ilumina la visión y da revelación acerca de la manipulación espiritual, la política mundial, los regímenes represivos, los movimientos religiosos, los derechos y las libertades amenazados y la decodificación del misterio de la profecía.

Se recrudece una guerra espiritual. Embatallados en El Conflicto de los Siglos, desde la eternidad pasada hasta los tiempos actuales, se están luchando dos fuerzas una contra el otra por la soberanía universal. Este libro se explica cómo inició la guerra, cómo llegará el punto culminante y cómo se terminará. Con desarrollos muy chocantes que pican la mente y despiertan las ascuas del alma, también la obra ilumina la visión y da revelación acerca de la manipulación espiritual, la política mundial, los regímenes represivos, los movimientos religiosos, los derechos y las libertades amenazados y la decodificación del misterio de la profecía.

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<strong>El</strong> <strong>Conflicto</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> Sig<strong>los</strong><br />

dispuesto a retractar el contenido <strong>de</strong> ellas. Habiendo sido leídos <strong>los</strong> títu<strong>los</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> libros, Lutero dijo que<br />

sí <strong>los</strong> reconocía como suyos. "Tocante a la segunda pregunta —añadió,— atendido que concierne a la fe<br />

y a la salvación <strong>de</strong> las almas, en la que se halla interesada la Palabra <strong>de</strong> Dios, a saber el más gran<strong>de</strong> y<br />

precioso tesoro que existe en <strong>los</strong> cie<strong>los</strong> y en la tierra, obraría yo impru<strong>de</strong>ntemente si respondiera sin<br />

reflexión. Pudiera afirmar menos <strong>de</strong> lo que se me pi<strong>de</strong>, o más <strong>de</strong> lo que exige la verdad, y hacerme así<br />

culpable contra esta palabra <strong>de</strong> Cristo: 'Cualquiera que me negare <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> <strong>los</strong> hombres, le negaré yo<br />

también <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mi Padre que está en <strong>los</strong> cie<strong>los</strong>.' [S. Mateo 10:33.] Por esta razón, suplico a su<br />

majestad imperial, con toda sumisión, se digne conce<strong>de</strong>rme tiempo, para que pueda yo respon<strong>de</strong>r sin<br />

manchar la Palabra <strong>de</strong> Dios. —Ibid.<br />

Lutero obró discretamente al hacer esta súplica. Sus palabras convencieron a la asamblea <strong>de</strong> que<br />

él no hablaba movido <strong>por</strong> pasión ni arrebato. Esta reserva, esta calma tan sorpren<strong>de</strong>nte en semejante<br />

hombre, acreció su fuerza, y le preparó para contestar más tar<strong>de</strong> con una sabiduría, una firmeza y una<br />

dignidad que iban a frustrar las esperanzas <strong>de</strong> sus adversarios y confundir su malicia y su orgullo. Al día<br />

siguiente <strong>de</strong>bía comparecer <strong>de</strong> nuevo para dar su respuesta final. Por unos momentos, al verse frente a<br />

tantas fuerzas que hacían causa común contra la verdad, sintió <strong>de</strong>smayar su corazón. Flaqueaba su fe;<br />

sintióse presa <strong>de</strong>l temor y horror. Los peligros se multiplicaban ante su vista y parecía que sus enemigos<br />

estaban cercanos al triunfo, y que las potesta<strong>de</strong>s <strong>de</strong> las tinieblas iban a prevalecer. Las nubes se<br />

amontonaban sobre su cabeza y le ocultaban la faz <strong>de</strong> Dios. Deseaba con ansia estar seguro <strong>de</strong> que el<br />

Señor <strong>de</strong> <strong>los</strong> ejércitos le ayudaría.<br />

Con el ánimo angustiado se postró en el suelo, y con gritos entrecortados que sólo Dios podía<br />

compren<strong>de</strong>r, exclamó: "¡Dios todopo<strong>de</strong>roso! ¡Dios eterno! ¡cuán terrible es el mundo! ¡cómo abre la<br />

boca para tragarme! ¡y qué débil es la confianza que tengo en ti! . . . Si <strong>de</strong>bo confiar en lo que es po<strong>de</strong>roso<br />

según el mundo, ¡estoy perdido! ¡Está tomada la última resolución, y está pronunciada la sentencia! . . .<br />

¡Oh Dios mío! ¡Asísteme contra toda la sabiduría <strong>de</strong>l mundo! Hazlo . . . tú solo . . . <strong>por</strong>que no es obra<br />

mía sino tuya. ¡Nada tengo que hacer aquí, nada tengo que combatir contra estos gran<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l mundo! . . .<br />

¡Mas es tuya la causa, y ella es justa y eterna! ¡Oh Señor! ¡sé mi ayuda! ¡Dios fiel, Dios inmutable! ¡No<br />

confío en ningún hombre, pues sería en vano! <strong>por</strong> cuanto todo lo que proce<strong>de</strong> <strong>de</strong>l hombre fallece.... Me<br />

elegiste para esta empresa.... Permanece a mi lado en nombre <strong>de</strong> tu Hijo muy amado, Jesucristo, el cual<br />

es mi <strong>de</strong>fensa, mi escudo y mi fortaleza."—Ibid.<br />

Una sabia provi<strong>de</strong>ncia permitió a Lutero apreciar <strong>de</strong>bidamente el peligro que le amenazaba, para<br />

que no confiase en su propia fuerza y se arrojase al peligro con temeridad y presunción. Sin embargo no<br />

era el temor <strong>de</strong>l dolor cor<strong>por</strong>al, ni <strong>de</strong> las terribles torturas que le amenazaban, ni la misma muerte que<br />

parecía tan cercana, lo que le abrumaba y le llenaba <strong>de</strong> terror. Había llegado al momento crítico y no se<br />

sentía capaz <strong>de</strong> hacerle frente. Temía que <strong>por</strong> su <strong>de</strong>bilidad la causa <strong>de</strong> la verdad se malograra. No<br />

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