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El Conflicto de los Siglos por Elena G de White [Edicion Completa]

Se recrudece una guerra espiritual. Embatallados en El Conflicto de los Siglos, desde la eternidad pasada hasta los tiempos actuales, se están luchando dos fuerzas una contra el otra por la soberanía universal. Este libro se explica cómo inició la guerra, cómo llegará el punto culminante y cómo se terminará. Con desarrollos muy chocantes que pican la mente y despiertan las ascuas del alma, también la obra ilumina la visión y da revelación acerca de la manipulación espiritual, la política mundial, los regímenes represivos, los movimientos religiosos, los derechos y las libertades amenazados y la decodificación del misterio de la profecía.

Se recrudece una guerra espiritual. Embatallados en El Conflicto de los Siglos, desde la eternidad pasada hasta los tiempos actuales, se están luchando dos fuerzas una contra el otra por la soberanía universal. Este libro se explica cómo inició la guerra, cómo llegará el punto culminante y cómo se terminará. Con desarrollos muy chocantes que pican la mente y despiertan las ascuas del alma, también la obra ilumina la visión y da revelación acerca de la manipulación espiritual, la política mundial, los regímenes represivos, los movimientos religiosos, los derechos y las libertades amenazados y la decodificación del misterio de la profecía.

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<strong>El</strong> <strong>Conflicto</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> Sig<strong>los</strong><br />

Dedicaba al estudio todo el tiempo que le <strong>de</strong>jaban libre sus ocupaciones <strong>de</strong> cada día y aun robaba<br />

al sueño y a sus escasas comidas el tiempo que hubiera tenido que darles. Sobre todo se <strong>de</strong>leitaba en el<br />

estudio <strong>de</strong> la Palabra <strong>de</strong> Dios. Había encontrado una Biblia enca<strong>de</strong>nada en el muro <strong>de</strong>l convento, y allá<br />

iba con frecuencia a escudriñarla. A medida que se iba convenciendo más y más <strong>de</strong> su condición <strong>de</strong><br />

pecador, procuraba <strong>por</strong> medio <strong>de</strong> sus obras obtener perdón y paz. Observaba una vida llena <strong>de</strong><br />

mortificaciones, procurando dominar <strong>por</strong> medio <strong>de</strong> ayunos y vigilias y <strong>de</strong> castigos cor<strong>por</strong>ales sus<br />

inclinaciones naturales, <strong>de</strong> las cuales la vida monástica no le había librado. No rehuía sacrificio alguno<br />

con tal <strong>de</strong> llegar a poseer un corazón limpio que mereciese la aprobación <strong>de</strong> Dios. "Verda<strong>de</strong>ramente —<br />

<strong>de</strong>cía él más tar<strong>de</strong>— yo fui un fraile piadoso y seguí con mayor severidad <strong>de</strong> la que puedo expresar las<br />

reglas <strong>de</strong> mi or<strong>de</strong>n. . . . Si algún fraile hubiera podido entrar en el cielo <strong>por</strong> sus obras monacales, no hay<br />

duda que yo hubiera entrado. Si hubiera durado mucho tiempo aquella rigi<strong>de</strong>z, me hubiera hecho morir<br />

a fuerza <strong>de</strong> austerida<strong>de</strong>s." —Id., cap. 3. A consecuencia <strong>de</strong> esta dolorosa disciplina perdió sus fuerzas y<br />

sufrió convulsiones y <strong>de</strong>smayos <strong>de</strong> <strong>los</strong> que jamás pudo reponerse enteramente. Pero a pesar <strong>de</strong> todos sus<br />

esfuerzos, su alma agobiada no hallaba alivio, y al fin fue casi arrastrado a la <strong>de</strong>sesperación.<br />

Cuando Lutero creía que todo estaba perdido, Dios le <strong>de</strong>paró un amigo que le ayudó. <strong>El</strong> piadoso<br />

Staupitz le expuso la Palabra <strong>de</strong> Dios y le indujo a apartar la mirada <strong>de</strong> sí mismo, a <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> contemplar<br />

un castigo veni<strong>de</strong>ro infinito <strong>por</strong> haber violado la ley <strong>de</strong> Dios, y a acudir a Jesús, el Salvador que le<br />

perdonaba sus pecados. "En lugar <strong>de</strong> martirizarte <strong>por</strong> tus faltas, échate en <strong>los</strong> brazos <strong>de</strong>l Re<strong>de</strong>ntor. Confía<br />

en él, en la justicia <strong>de</strong> su vida, en la expiación <strong>de</strong> su muerte. . . . Escucha al Hijo <strong>de</strong> Dios, que se hizo<br />

hombre para asegurarte el favor divino." "¡Ama a quien primero te amó!"—Id., cap. 4. Así se expresaba<br />

este mensajero <strong>de</strong> la misericordia. Sus palabras hicieron honda impresión en el ánimo <strong>de</strong> Lutero. Después<br />

<strong>de</strong> larga lucha contra <strong>los</strong> errores que <strong>por</strong> tanto tiempo albergara, pudo asirse <strong>de</strong> la verdad y la paz reinó<br />

en su alma atormentada. Lutero fue or<strong>de</strong>nado sacerdote y se le llamó <strong>de</strong>l claustro a una cátedra <strong>de</strong> la<br />

universidad <strong>de</strong> Wittenberg. Allí se <strong>de</strong>dicó al estudio <strong>de</strong> las Santas Escrituras en las lenguas originales.<br />

Comenzó a dar conferencias sobre la Biblia, y <strong>de</strong> este modo, el libro <strong>de</strong> <strong>los</strong> Salmos, <strong>los</strong> Evangelios y las<br />

epístolas fueron abiertos al entendimiento <strong>de</strong> multitu<strong>de</strong>s <strong>de</strong> oyentes que escuchaban aquellas enseñanzas<br />

con verda<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>leite.<br />

Staupitz, su amigo y superior, le instaba a que ocupara el púlpito y predicase la Palabra <strong>de</strong> Dios.<br />

Lutero vacilaba, sintiéndose indigno <strong>de</strong> hablar al pueblo en lugar <strong>de</strong> Cristo. Sólo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> larga lucha<br />

consigo mismo se rindió a las súplicas <strong>de</strong> sus amigos. Era ya po<strong>de</strong>roso en las Sagradas Escrituras y la<br />

gracia <strong>de</strong>l Señor <strong>de</strong>scansaba sobre él. Su elocuencia cautivaba a <strong>los</strong> oyentes, la claridad y el po<strong>de</strong>r con<br />

que presentaba la verdad persuadía a todos y su fervor conmovía <strong>los</strong> corazones. Lutero seguía siendo<br />

hijo sumiso <strong>de</strong> la iglesia papal y no pensaba cambiar. La provi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> Dios le llevó a hacer una visita<br />

a Roma. Emprendió el viaje a pie, hospedándose en <strong>los</strong> conventos que hallaba en su camino. En uno <strong>de</strong><br />

el<strong>los</strong>, en Italia, quedó maravillado <strong>de</strong> la magnificencia, la riqueza y el lujo que se presentaron a su vista.<br />

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