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El Conflicto de los Siglos por Elena G de White [Edicion Completa]

Se recrudece una guerra espiritual. Embatallados en El Conflicto de los Siglos, desde la eternidad pasada hasta los tiempos actuales, se están luchando dos fuerzas una contra el otra por la soberanía universal. Este libro se explica cómo inició la guerra, cómo llegará el punto culminante y cómo se terminará. Con desarrollos muy chocantes que pican la mente y despiertan las ascuas del alma, también la obra ilumina la visión y da revelación acerca de la manipulación espiritual, la política mundial, los regímenes represivos, los movimientos religiosos, los derechos y las libertades amenazados y la decodificación del misterio de la profecía.

Se recrudece una guerra espiritual. Embatallados en El Conflicto de los Siglos, desde la eternidad pasada hasta los tiempos actuales, se están luchando dos fuerzas una contra el otra por la soberanía universal. Este libro se explica cómo inició la guerra, cómo llegará el punto culminante y cómo se terminará. Con desarrollos muy chocantes que pican la mente y despiertan las ascuas del alma, también la obra ilumina la visión y da revelación acerca de la manipulación espiritual, la política mundial, los regímenes represivos, los movimientos religiosos, los derechos y las libertades amenazados y la decodificación del misterio de la profecía.

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<strong>El</strong> <strong>Conflicto</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> Sig<strong>los</strong><br />

a la verdad, si en nuestro reino hubiera un cerro enorme <strong>de</strong> oro y no lo tocara jamás hombre alguno, sino<br />

solamente este recaudador sacerdotal, orgul<strong>los</strong>o y mundano, en el curso <strong>de</strong>l tiempo el cerro llegaría a<br />

gastarse todo entero, <strong>por</strong>que él se lleva cuanto dinero halla en nuestra tierra y no nos <strong>de</strong>vuelve más que<br />

la maldición que Dios pronuncia sobre su simonía."—J. Lewis, History of the Life and Sufferings of J.<br />

Wiclif, pág. 37.<br />

Poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su regreso a Inglaterra, Wiclef recibió <strong>de</strong>l rey el nombramiento <strong>de</strong> rector <strong>de</strong><br />

Lutterworth. Esto le convenció <strong>de</strong> que el monarca, cuando menos, no estaba <strong>de</strong>scontento con la<br />

franqueza con que había hablado. Su influencia se <strong>de</strong>jó sentir en las resoluciones <strong>de</strong> la corte tanto como<br />

en las opiniones religiosas <strong>de</strong> la nación. Pronto fueron lanzados contra Wiclef <strong>los</strong> rayos y las centellas<br />

papales. Tres bulas fueron enviadas a Inglaterra: a la universidad, al rey y a <strong>los</strong> prelados, or<strong>de</strong>nando<br />

todas que se tomaran inmediatamente medidas <strong>de</strong>cisivas para obligar a guardar silencio al maestro <strong>de</strong><br />

herejía. (A. Nean<strong>de</strong>r, History of the Christian Religion and Church, período 6, sec. 2, parte I, párr. 8.<br />

Véase también el Apéndice.) Sin embargo, antes <strong>de</strong> que se recibieran las bulas, <strong>los</strong> obispos, inspirados<br />

<strong>por</strong> su celo, habían citado a Wiclef a que compareciera ante el<strong>los</strong> para ser juzgado; pero dos <strong>de</strong> <strong>los</strong> más<br />

po<strong>de</strong>rosos príncipes <strong>de</strong>l reino le acompañaron al tribunal, y el gentío que ro<strong>de</strong>aba el edificio y que se<br />

agolpó <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> él <strong>de</strong>jó a <strong>los</strong> jueces tan cohibidos, que se suspendió el proceso y se le permitió a Wiclef<br />

que se retirara en paz. Poco <strong>de</strong>spués Eduardo III, a quien ya entrado en años procuraban indisponer <strong>los</strong><br />

prelados contra el reformador, murió, y el antiguo protector <strong>de</strong> Wiclef llegó a ser regente <strong>de</strong>l reino. Pero<br />

la llegada <strong>de</strong> las bulas pontificales impuso a toda Inglaterra la or<strong>de</strong>n perentoria <strong>de</strong> arrestar y encarcelar<br />

al hereje. Esto equivalía a una con<strong>de</strong>nación a la hoguera. Ya parecía pues Wiclef <strong>de</strong>stinado a ser pronto<br />

víctima <strong>de</strong> las venganzas <strong>de</strong> Roma. Pero Aquel que había dicho a un ilustre patriarca: "No temas, . . . yo<br />

soy tu escudo" (Génesis 15: 1), volvió a exten<strong>de</strong>r su mano para proteger a su siervo, así que el que murió,<br />

no fue el reformador, sino Gregorio XI, el pontífice que había <strong>de</strong>cretado su muerte, y <strong>los</strong> eclesiásticos<br />

que se habían reunido para el juicio <strong>de</strong> Wiclef se dispersaron.<br />

La provi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> Dios dirigió <strong>los</strong> acontecimientos <strong>de</strong> tal manera que ayudaron al <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong><br />

la Reforma. Muerto Gregorio, eligiéronse dos papas rivales. Dos po<strong>de</strong>res en conflicto, cada cual<br />

pretendiéndose infalible, reclamaban la obediencia <strong>de</strong> <strong>los</strong> creyentes. (Véase el Apéndice.) Cada uno<br />

pedía el auxilio <strong>de</strong> <strong>los</strong> fieles para hacerle la guerra al otro, su rival, y reforzaba sus exigencias con<br />

terribles anatemas contra <strong>los</strong> adversarios y con promesas celestiales para sus partidarios. Esto <strong>de</strong>bilitó<br />

notablemente el po<strong>de</strong>r papal. Harto tenían que hacer ambos partidos rivales para pelear uno con otro, <strong>de</strong><br />

modo que Wiclef pudo <strong>de</strong>scansar <strong>por</strong> algún tiempo. Anatemas y recriminaciones volaban <strong>de</strong> un papa al<br />

otro, y ríos <strong>de</strong> sangre corrían en la contienda <strong>de</strong> tan encontrados intereses. La iglesia rebosaba <strong>de</strong><br />

crímenes y escánda<strong>los</strong>. Entre tanto el reformador vivía tranquilo retirado en su parroquia <strong>de</strong> Lutterworth,<br />

trabajando diligentemente <strong>por</strong> hacer que <strong>los</strong> hombres apartaran la atención <strong>de</strong> <strong>los</strong> papas en guerra uno<br />

con otro, y que la fijaran en Jesús, el Príncipe <strong>de</strong> Paz.<br />

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