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El Conflicto de los Siglos por Elena G de White [Edicion Completa]

Se recrudece una guerra espiritual. Embatallados en El Conflicto de los Siglos, desde la eternidad pasada hasta los tiempos actuales, se están luchando dos fuerzas una contra el otra por la soberanía universal. Este libro se explica cómo inició la guerra, cómo llegará el punto culminante y cómo se terminará. Con desarrollos muy chocantes que pican la mente y despiertan las ascuas del alma, también la obra ilumina la visión y da revelación acerca de la manipulación espiritual, la política mundial, los regímenes represivos, los movimientos religiosos, los derechos y las libertades amenazados y la decodificación del misterio de la profecía.

Se recrudece una guerra espiritual. Embatallados en El Conflicto de los Siglos, desde la eternidad pasada hasta los tiempos actuales, se están luchando dos fuerzas una contra el otra por la soberanía universal. Este libro se explica cómo inició la guerra, cómo llegará el punto culminante y cómo se terminará. Con desarrollos muy chocantes que pican la mente y despiertan las ascuas del alma, también la obra ilumina la visión y da revelación acerca de la manipulación espiritual, la política mundial, los regímenes represivos, los movimientos religiosos, los derechos y las libertades amenazados y la decodificación del misterio de la profecía.

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<strong>El</strong> <strong>Conflicto</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> Sig<strong>los</strong><br />

que rechazaron como idolátrico el culto a las imágenes y que guardaron el verda<strong>de</strong>ro día <strong>de</strong> reposo.<br />

Conservaron su fe en medio <strong>de</strong> las más violenta y tempestuosa oposición. Aunque <strong>de</strong>gollados <strong>por</strong> la<br />

espada <strong>de</strong> Saboya y quemados en la hoguera romanista, <strong>de</strong>fendieron con firmeza la Palabra <strong>de</strong> Dios y su<br />

honor.<br />

Tras <strong>los</strong> elevados baluartes <strong>de</strong> sus montañas, refugio <strong>de</strong> <strong>los</strong> perseguidos y oprimidos en todas las<br />

eda<strong>de</strong>s, hallaron <strong>los</strong> val<strong>de</strong>nses seguro escondite. Allí se mantuvo encendida la luz <strong>de</strong> la verdad en medio<br />

<strong>de</strong> la obscuridad <strong>de</strong> la Edad Media. Allí <strong>los</strong> testigos <strong>de</strong> la verdad conservaron <strong>por</strong> mil años la antigua fe.<br />

Dios había provisto para su pueblo un santuario <strong>de</strong> terrible gran<strong>de</strong>za como convenía a las gran<strong>de</strong>s<br />

verda<strong>de</strong>s que les había confiado. Para aquel<strong>los</strong> fieles <strong>de</strong>sterrados, las montañas eran un emblema <strong>de</strong> la<br />

justicia inmutable <strong>de</strong> Jehová. Señalaban a sus hijos aquellas altas cumbres que a manera <strong>de</strong> torres se<br />

erguían en inalterable majestad y les hablaban <strong>de</strong> Aquel en quien no hay mudanza ni sombra <strong>de</strong> variación,<br />

cuya palabra es tan firme como <strong>los</strong> montes eternos. Dios había afirmado las montañas y las había ceñido<br />

<strong>de</strong> fortaleza; ningún brazo podía removerlas <strong>de</strong> su lugar, sino sólo el <strong>de</strong>l Po<strong>de</strong>r infinito. Asimismo había<br />

establecido su ley, fundamento <strong>de</strong> su gobierno en el cielo y en la tierra. <strong>El</strong> brazo <strong>de</strong>l hombre podía<br />

alcanzar a sus semejantes y quitarles la vida; pero antes podría <strong>de</strong>sarraigar las montañas <strong>de</strong> sus cimientos<br />

y arrojarlas al mar que modificar un precepto <strong>de</strong> la ley <strong>de</strong> Jehová, o borrar una <strong>de</strong> las promesas hechas a<br />

<strong>los</strong> que cumplen su voluntad. En su fi<strong>de</strong>lidad a la ley, <strong>los</strong> siervos <strong>de</strong> Dios tenían que ser tan firmes como<br />

las inmutables montañas.<br />

Los montes que circundaban sus hondos valles atestiguaban constantemente el po<strong>de</strong>r creador <strong>de</strong><br />

Dios y constituían una garantía <strong>de</strong> la protección que él les <strong>de</strong>paraba. Aquel<strong>los</strong> peregrinos aprendieron a<br />

cobrar cariño a esos símbo<strong>los</strong> mudos <strong>de</strong> la presencia <strong>de</strong> Jehová. No se quejaban <strong>por</strong> las dificulta<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />

su vida; y nunca se sentían so<strong>los</strong> en medio <strong>de</strong> la soledad <strong>de</strong> <strong>los</strong> montes. Daban gracias a Dios <strong>por</strong> haberles<br />

dado un refugio don<strong>de</strong> librarse <strong>de</strong> la crueldad y <strong>de</strong> la ira <strong>de</strong> <strong>los</strong> hombres. Se regocijaban <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r adorarle<br />

libremente. Muchas veces, cuando eran perseguidos <strong>por</strong> sus enemigos, sus fortalezas naturales eran su<br />

segura <strong>de</strong>fensa. En más <strong>de</strong> un encumbrado risco cantaron las alabanzas <strong>de</strong> Dios, y <strong>los</strong> ejércitos <strong>de</strong> Roma<br />

no podían acallar sus cantos <strong>de</strong> acción <strong>de</strong> gracias.<br />

Pura, sencilla y ferviente fue la piedad <strong>de</strong> estos discípu<strong>los</strong> <strong>de</strong> Cristo. Apreciaban <strong>los</strong> principios <strong>de</strong><br />

verdad más que las casas, las tierras, <strong>los</strong> amigos y parientes, más que la vida misma. Trataban<br />

ansiosamente <strong>de</strong> inculcar estos principios en <strong>los</strong> corazones <strong>de</strong> <strong>los</strong> jóvenes. Des<strong>de</strong> su más tierna edad,<br />

éstos recibían instrucción en las Sagradas Escrituras y se les enseñaba a consi<strong>de</strong>rar sagrados <strong>los</strong><br />

requerimientos <strong>de</strong> la ley <strong>de</strong> Dios. Los ejemplares <strong>de</strong> la Biblia eran raros; <strong>por</strong> eso se aprendían <strong>de</strong> memoria<br />

sus preciosas palabras. Muchos podían recitar gran<strong>de</strong>s <strong>por</strong>ciones <strong>de</strong>l Antiguo Testamento y <strong>de</strong>l Nuevo.<br />

Los pensamientos referentes a Dios se asociaban con las escenas sublimes <strong>de</strong> la naturaleza y con las<br />

humil<strong>de</strong>s bendiciones <strong>de</strong> la vida cotidiana. Los niños aprendían a ser agra<strong>de</strong>cidos a Dios como al<br />

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