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Henry Rider Haggard-Las minas del rey salomón

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egimientos se formaran al despuntar el día, a fin de participarles las causas<br />

que inducían a sus jefes a la rebelión y presentarse a Ignosi, legítimo heredero<br />

<strong>del</strong> trono.<br />

En efecto, tan pronto como apareció el sol, unos veinte mil hombres, la flor<br />

<strong>del</strong> ejército de Kukuana, ocupaba un espacio despejado al cual nos<br />

encaminamos. Formaban un inmenso cuadro de tres caras, presentando un<br />

espectáculo magnífico. Nos situamos en el lado abierto, y enseguida nos<br />

rodearon los jefes y oficiales de mayor importancia.<br />

Requerido absoluto silencio, Infadús, situándose en el centro de la<br />

formación, tomó la palabra. Con vigorosa y arrebatadora elocuencia, porque<br />

como casi todos los kukuanos de noble cuna era un admirable orador, relató la<br />

historia <strong>del</strong> padre de Ignosi, describiendo con crudeza la conducta de Twala al<br />

asesinar traidora y cobardemente al primero, y al condenar a la esposa y al<br />

hijo, infelices, a perecer aniquilados por el hambre. Inmediatamente, y con<br />

atrevidos rasgos, hizo ver cómo el país padecía, ahogando sus gemidos, bajo<br />

la inicua férula <strong>del</strong> cruel Twala, aserto que probó pintando con espantosa<br />

realidad las sangrientas escenas de la noche anterior, en la que muchos de los<br />

más grandes y bravos de sus jefes, bajo pretexto de ser entes maléficos, habían<br />

caído muertos por la mano <strong>del</strong> verdugo. Prosiguiendo, pasó a manifestarles<br />

cómo los blancos señores de las estrellas, movidos a piedad por tantos<br />

horrores que pesaban sobre su tierra, determinaron, sin detenerles los grandes<br />

riesgos de su proyecto, descender hasta ellos y mejorar su suerte; cómo<br />

tomando bajo su protección al legítimo <strong>rey</strong> de la nación, a Ignosi, quien<br />

suspiraba en el destierro por la nunca olvidada, patria, con generosa mano, lo<br />

habían guiado hasta ella por encima de las montañas; cómo en presencia de<br />

las malvadas acciones de Twala, decidieron su castigo; y, dando una señal<br />

para convicción de los irresolutos y salvar a la bella Foulata, acababan, por el<br />

poder de su insondable magia, de apagar la luna y matar al perverso Scragga;<br />

y cómo estaban resueltos a ayudarlos a derribar al tirano usurpador y coronar<br />

al legítimo <strong>rey</strong>, a Ignosi, ¡al hijo <strong>del</strong> rayo!<br />

Concluyó su discurso en medio de un murmullo de aprobación, y entonces<br />

Ignosi valió al frente para a su vez arengarlos. Reiteró cuanto su tío Infadús<br />

había dicho, concluyendo su enérgica oración de la siguiente manera:<br />

—¡Oh! jefes oficiales, soldados y pueblo, habéis oído mis palabras. Ahora<br />

decidios entre aquel que sienta en mi trono, y el que por derecho le<br />

corresponde; entre el infame fratricida, y el hijo de vuestro muerto <strong>rey</strong>; entre<br />

el cobarde verdugo de una desventurada viuda e inofensivo niño y la intentada<br />

víctima. Sí, soy el hijo de Imotu; sí, soy vuestro legítimo <strong>rey</strong>; esos (señalando<br />

a los jefes), os lo pueden decir, pues han visto con sus propios ojos la sagrada<br />

serpiente en derredor de mi cintura. Y si no fuera así, ¿estarían estos hombres<br />

blancos, estos temibles magos, al lado mío? ¡Temblad jefes oficiales, soldados<br />

y pueblo! ¿Acaso las tinieblas que esparcieron por la tierra toda, para<br />

confundir a Twala y proteger nuestra marcha, cuando más hermosa brillaba la<br />

luna en el cielo, no os llena aún de estupor?

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