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egimientos se formaran al despuntar el día, a fin de participarles las causas<br />
que inducían a sus jefes a la rebelión y presentarse a Ignosi, legítimo heredero<br />
<strong>del</strong> trono.<br />
En efecto, tan pronto como apareció el sol, unos veinte mil hombres, la flor<br />
<strong>del</strong> ejército de Kukuana, ocupaba un espacio despejado al cual nos<br />
encaminamos. Formaban un inmenso cuadro de tres caras, presentando un<br />
espectáculo magnífico. Nos situamos en el lado abierto, y enseguida nos<br />
rodearon los jefes y oficiales de mayor importancia.<br />
Requerido absoluto silencio, Infadús, situándose en el centro de la<br />
formación, tomó la palabra. Con vigorosa y arrebatadora elocuencia, porque<br />
como casi todos los kukuanos de noble cuna era un admirable orador, relató la<br />
historia <strong>del</strong> padre de Ignosi, describiendo con crudeza la conducta de Twala al<br />
asesinar traidora y cobardemente al primero, y al condenar a la esposa y al<br />
hijo, infelices, a perecer aniquilados por el hambre. Inmediatamente, y con<br />
atrevidos rasgos, hizo ver cómo el país padecía, ahogando sus gemidos, bajo<br />
la inicua férula <strong>del</strong> cruel Twala, aserto que probó pintando con espantosa<br />
realidad las sangrientas escenas de la noche anterior, en la que muchos de los<br />
más grandes y bravos de sus jefes, bajo pretexto de ser entes maléficos, habían<br />
caído muertos por la mano <strong>del</strong> verdugo. Prosiguiendo, pasó a manifestarles<br />
cómo los blancos señores de las estrellas, movidos a piedad por tantos<br />
horrores que pesaban sobre su tierra, determinaron, sin detenerles los grandes<br />
riesgos de su proyecto, descender hasta ellos y mejorar su suerte; cómo<br />
tomando bajo su protección al legítimo <strong>rey</strong> de la nación, a Ignosi, quien<br />
suspiraba en el destierro por la nunca olvidada, patria, con generosa mano, lo<br />
habían guiado hasta ella por encima de las montañas; cómo en presencia de<br />
las malvadas acciones de Twala, decidieron su castigo; y, dando una señal<br />
para convicción de los irresolutos y salvar a la bella Foulata, acababan, por el<br />
poder de su insondable magia, de apagar la luna y matar al perverso Scragga;<br />
y cómo estaban resueltos a ayudarlos a derribar al tirano usurpador y coronar<br />
al legítimo <strong>rey</strong>, a Ignosi, ¡al hijo <strong>del</strong> rayo!<br />
Concluyó su discurso en medio de un murmullo de aprobación, y entonces<br />
Ignosi valió al frente para a su vez arengarlos. Reiteró cuanto su tío Infadús<br />
había dicho, concluyendo su enérgica oración de la siguiente manera:<br />
—¡Oh! jefes oficiales, soldados y pueblo, habéis oído mis palabras. Ahora<br />
decidios entre aquel que sienta en mi trono, y el que por derecho le<br />
corresponde; entre el infame fratricida, y el hijo de vuestro muerto <strong>rey</strong>; entre<br />
el cobarde verdugo de una desventurada viuda e inofensivo niño y la intentada<br />
víctima. Sí, soy el hijo de Imotu; sí, soy vuestro legítimo <strong>rey</strong>; esos (señalando<br />
a los jefes), os lo pueden decir, pues han visto con sus propios ojos la sagrada<br />
serpiente en derredor de mi cintura. Y si no fuera así, ¿estarían estos hombres<br />
blancos, estos temibles magos, al lado mío? ¡Temblad jefes oficiales, soldados<br />
y pueblo! ¿Acaso las tinieblas que esparcieron por la tierra toda, para<br />
confundir a Twala y proteger nuestra marcha, cuando más hermosa brillaba la<br />
luna en el cielo, no os llena aún de estupor?