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Henry Rider Haggard-Las minas del rey salomón

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un asunto; fui lo bastante bruto para sentirme extremadamente complacido<br />

con aquel espectáculo.<br />

Nuestros regimientos atronaron el espacio con sus alegres gritos al<br />

presenciar la hazaña de la magia de los hombres blancos, la cual tomaron por<br />

feliz augurio; mientras que el regimiento enemigo, acobardado por la pronta<br />

muerte de su jefe, retrocedió desordenadamente. Sir Enrique y Good<br />

empuñaron sus rifles y comenzaron a tirotear, el último diligentemente con un<br />

Winchester de repetición, sobre la densa masa que estaba a nuestro frente; yo<br />

también contribuí con uno o dos disparos más, logrando, como por la vista nos<br />

fue dable juzgar hacerles ocho o diez bajas antes de que se pusiera fuera <strong>del</strong><br />

alcance de nuestro plomo.<br />

En el mismo instante de suspender el fuego, una espantosa gritería retumbó<br />

a nuestra derecha, seguida de otra semejante a nuestra izquierda. <strong>Las</strong> dos alas<br />

<strong>del</strong> enemigo entraban en acción.<br />

Al oírlo, el centro abrió un poco su formación y avanzó al paso de carga<br />

hacia la base de la colina, animándose con las notas de un canto guerrero.<br />

Sostuvimos un fuego muy vivo contra él, en el que Ignosi tomaba parte, de<br />

cuando en cuando, con grave perjuicio de varios de los asaltadores, pero,<br />

como no podía menos de suceder, nuestras balas no hacían más efecto sobre la<br />

embestida de aquella enorme masa de hombres armados que el de unos<br />

cuantos guijarros, lanzados contra la embravecida ola que avanza sobre la<br />

playa.<br />

Nada los detiene, llegan al pie de la colina, obligan a replegarse los puestos<br />

avanzados que teníamos allí entre las rocas, y comienzan a subir por su ladera<br />

con marcha más lenta, porque si bien nosotros no los hostilizábamos de un<br />

modo serio, en cambio venían repechando y no querían estar sofocados<br />

cuando llegáramos a las manos. Nuestra primera línea de defensa estaba a<br />

mitad de pendiente; la segunda, unas cincuenta varas más arriba y la tercera en<br />

el mismo borde de la meseta.<br />

Acércanse a la primera lanzando su grito de guerra: ¡Twala! ¡Twala!<br />

¡Chielé! ¡Chielé! (¡Twala! ¡Twala! ¡Matad! ¡Matad!). ¡Ignosi! ¡Ignosi!<br />

¡Chielé! ¡Chielé! —les contestan los nuestros— comienzan las tolas o<br />

cuchillos arrojadizos a silbar de un lado a otro y casi enseguida, con horrible<br />

estruendo por el grito de los combatientes y el golpe de las armas, se dio<br />

principio a la batalla.<br />

Terrible fue el choque de las enemigas líneas apretándose en todo su<br />

frente, ora cediendo aquí, ora forzando allá, enlazándose y retorciéndose como<br />

dos monstruosas e irritadas serpientes, lucharon por algún tiempo; los<br />

guerreros caían como las hojas de los árboles al soplar el cierzo <strong>del</strong> otoño; al<br />

fin, por la fuerza <strong>del</strong> número, pero siempre combatiendo, nuestros bravos<br />

soldados, obligados a retirarse de la primera posición, fueron replegándose<br />

lentamente hasta llegar a la segunda. En ésta se renovó el combate con<br />

verdadero furor; incontrastable era el empuje de los agresores; pero obstinada<br />

la resistencia que en ella los nuestros oponían, por lo que sólo cuando la

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