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Henry Rider Haggard-Las minas del rey salomón

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—Estaba seguro de ello —exclamó sir Enrique moviendo la cabeza—<br />

cuando Jorge resolvía hacer una cosa, generalmente la llevaba a efecto.<br />

Siempre ha sido así desde su niñez. Si ha tenido la intención de cruzar las<br />

montañas de Sulimán, las ha cruzado, a menos que un accidente se lo haya<br />

impedido, y por consiguiente debemos buscar al otro lado de ellas. Umbopa<br />

entendía el inglés, aunque raramente lo hablaba, por lo que, al concluir sir<br />

Enrique, observó:<br />

—Sí —replicó sir Enrique, a quien traduje la anterior observación— bien<br />

largo es, pero no hay camino sobre la tierra que un hombre no pueda recorrer<br />

si en su ánimo firmemente lo resuelve. Nada hay, Umbopa, que se resista a su<br />

voluntad: salvará las más altas montañas y cruzará los más dilatados desiertos,<br />

cuando le guíe el amor, y contando su vida como nada, está pronto a<br />

conservarla o perderla obediente a los designios de la Providencia.<br />

—Grandes son tus palabras, padre, grandes y hermosas, dignas de la boca<br />

de un hombre. Tienes razón, padre Incubu. ¡Escucha! ¿Qué es la vida? Es una<br />

pluma, es la ligera semilla de la hierba que el viento esparce por doquiera, y<br />

ora se multiplica aquí para perecer en el acto, ora se pierde allá arrastrada<br />

hacia el espacio. Pero si la semilla es buena y pesada, quizá logre moverse un<br />

corto trecho según el sentido que desea. Bueno es que probemos y hagamos<br />

nuestro camino luchando contra la adversidad. El hombre tiene que morir. A<br />

lo más, todo cuanto puede ocurrir, es que muera un poco antes. Te seguiré a<br />

través <strong>del</strong> desierto y contigo cruzaré por encima de las montañas, a menos que<br />

caiga en el camino.<br />

Pausó por unos momentos, y de pronto, rompiendo en uno de esos rasgos<br />

de elocuencia, bastante comunes entre los zulúes, y que, a mi entender, por<br />

más que abunden en vanas repeticiones, prueban que esa raza no está<br />

desprovista de un instinto poético y facultades intelectuales, continuó:<br />

—¿Qué es la vida? Decidme, ¡oh hombres blancos!, vosotros que sois<br />

sabios, vosotros que conocéis los secretos de este mundo, <strong>del</strong> mundo de las<br />

estrellas y <strong>del</strong> mundo que se extiende por encima y alrededor de ellas;<br />

vosotros que desde lejos lanzáis vuestras palabras sin que se oiga su sonido;<br />

decidme, hombres blancos, el secreto de nuestra vida ¿de dónde viene y<br />

adónde va?<br />

No me podéis contestar, no lo sabéis. Escuchadme, yo os lo voy a revelar.<br />

Surgimos de la nada para hundirnos en la muerte. Semejante al pájaro que en<br />

una noche tempestuosa el viento arrebata, vense nuestras alas un instante a la<br />

luz <strong>del</strong> relámpago, para de nuevo perdernos, entre profundas tinieblas. La vida<br />

es la mano poderosa que sujeta a la muerte; es la luciérnaga que brilla por la<br />

noche y desaparece al despertar <strong>del</strong> día; es la pequeña sombra que se desliza<br />

sobre el césped y muere con el postrer rayo <strong>del</strong> sol.<br />

—Eres un hombre bien extraño —dijo sir Enrique al concluir aquel de<br />

hablar.<br />

Umbopa se sonrió.

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